Nunca me atrajo la NBA. Lo intenté, pero nada. Ese circo mediático que relega al deporte a mero complemento del espectáculo no me llegó a seducir jamás. Sin embargo, el otro día me quedé sorprendido y a la vez sentí cierta envidia. Los Angeles Lakers retiraron el dorsal de Pau Gasol. Su camiseta descansará por siempre colgada del pabellón que antiguamente se conoció como Staples Center. A pesar de que muchas estrellas han vestido su camiseta, el que una franquicia retire tu camiseta es el culmen máximo al que un jugador puede aspirar. Un espacio reservado solo para un puñado de afortunados que habrán recibido el mayor de los homenajes posibles.
Actualmente el mundo del fútbol cada vez mira más al otro lado del Atlántico. Desde las oficinas de quienes gestionan los Clubes se buscan año tras año maneras de atraer a todo tipo de público para, cómo no, maximizar todo lo posible los ingresos. La NBA es un espejo en el que muchos de los dirigentes actuales quieren mirarse. Para ello no dudan en trasladar el formato pabellón a las nuevas construcciones de estadios, oscureciendo gradas y potenciando el foco en la pista. Poniendo trabas a la espontaneidad de la afición y sustituyendo el espectáculo que históricamente han creado las hinchadas por un producto enlatado, medido al milímetro, y controlado por ellos. Florentino Pérez incluso ansia con crear su propio coto privado competitivo, similar al baloncesto americano, para tratar de competir, o directamente desbancar, a la Champions League. Consumo. Espectáculo. Audiencia. Todo en pos del progreso, la modernidad y el crecimiento económico.
Viendo la repercusión que tuvo la retirada del dorsal de Pau no pude evitar pensar en Koke. Muchos de nosotros quizá no volvamos a vivir nada igual. Puede que ni siquiera nuestros hijos lo hagan. Hemos visto todos y cada uno de los partidos que el jugador que mas veces ha vestido la rojiblanca ha disputado. Lo vimos debutar en el Camp Nou y escuchamos mas de una vez que el bueno de la cantera era un tal Keko. Contemplamos como se asentaba en el primer equipo y formaba parte de una de las mejores plantillas que nuestros ojos hayan disfrutado. Nos emocionamos al verle plantar una bandera rojiblanca en el centro del Bernabéu, cuando por primera vez, muchos de nosotros, pudimos ver una victoria en un derbi. Ganó una Liga. Perdió una Champions. Se casó y tuvo un hijo. Rechazó ofertas para marcharse. Renovó por una eternidad. Fue pieza fundamental en el salto generacional del Atlético de Madrid de Simeone. Tomó el testigo a Gabi. La bandera “Nacidos para Ganar” se descolgó de una habitación en Vallecas para ser paseada por multitud de ciudades. De Bucarest a Pucela. El seis del Atleti. El favorito de Xavi. Al que echas de menos cuando no está. Koke Resurrección Merodio.
Recuerdo aquella mañana en un apartamento de La Manga del Mar Menor. Mi padre traía el AS recién comprado en un kiosko. En la portada unas letras confirmaban la primera gran hostia en la ilusión de muchos niños: Fernando Torres era nuevo jugador del Liverpool. Muchos en aquel momento hubiesen puesto dinero de su bolsillo porque aquella noticia no se hubiese dado. Pensábamos que jamás volveríamos a tener un espejo tan real en el que mirarnos. Nos equivocamos, un vallecano estaba por llegar.
Vi el mimo con el que se cuidó la ceremonia en la que la camiseta de Gasol fue colgada en lo mas alto del pabellón de Los Ángeles. Un pabellón en el que han jugado tipos de la talla de Wilt Chamberlain o Lebron James. Vi aquella escena y no pude evitar pensar en cómo las referencias a una leyenda como Koke en el Metropolitano, la simbología que hace honor a su figura, se puede comparar con las de jugadores como Courtois o Hugo Sánchez. Sin duda los que mandan no están mirando a lo importante.