En los grandes escenarios también tocaba Rosendo

El sábado, durante la retransmisión del partido en televisión un comentario me llamó la atención: El Atlético de Madrid era uno de los mejores visitantes esta campaña en Liga. Los números de los de Simeone hablan por sí solos: Han ganado en San Mamés, Villamarín, Pizjuán y Mestalla, entre otros. Y también pudieron hacerlo en Anoeta, de no haber sido por aquella bochornosa actuación del señor colegiado.

Si antes de comenzar la temporada nos hubieran dado esos datos a alguno de nosotros, una gran mayoría hubiésemos apostado el coche, la casa y los ahorros de nuestra futura jubilación a qué, a estas alturas, el Atlético de Madrid estaría en posiciones de pelear por el título liguero. Es más, nadie que conociese la idiosincrasia de la afición rojiblanca hubiese apostado que los números jugando de local iban a ser tan sumamente mediocres. Jugar en casa es un suplicio.

Es así, el ambiente en el Metropolitano es irrespirable. Fuera del microclima que se genera en los alrededores del fondo sur, partido tras partido, el estadio del Atlético de Madrid es cualquier cosa, menos el estadio del Atlético de Madrid. La obsesión y el empeño que se ha puesto desde las altas esferas de la entidad por convertir una masa social entregada los noventa minutos en un sucedáneo de nuevo rico ha hecho que el factor campo ya no juegue a nuestro favor, más bien al contrario.

Porque, no lejos de acudir cada partido con la misma predisposición que quién va al teatro, la ópera o el cine, el aficionado que hoy puebla las gradas de lo que antes fue la Peineta va con la intención de hacer valer y afianzar una opinión que ya traía puesta de casa. Da igual el devenir del encuentro, algunos ya tienen su sentencia. Y así, con esos mimbres, se ven pitadas a jugadores clave en momentos en los que aún queda tiempo para darle la vuelta a un partido, reproches o desprecios constantes. No queremos que el Atleti gane, queremos que el lunes, cuando lleguemos a la oficina, podamos decirle a nuestro compañero que llevábamos razón y que con esos planteamientos no se ganan partidos. Que tal o cual están muy flojos y que nuestro futbolista preferido debería tener más minutos. Aficionados exigentes dicen ser. Los mismos que, cuando llega la hora de la verdad y hay que pedir explicaciones a quienes realizan configuraciones de plantilla irrisorias, prostituyen símbolos o encarecen los precios de abonos y entradas, callan.

Hace poco, el comité antiviolencia y La Liga volvían a poner una piedra más en la rueda de los que entendemos esto como algo que va más allá de sentarse a observar. Hace poco, los que llevan años intentando convertir el fútbol en un espectáculo elitista y clientelar, eliminaban las tarimas y los andamios dedicados a organizar la animación en los fondos de los estadios. Un puntillazo adicional para intentar conseguir por fin lo que llevan años anhelando, que en los estadios se pueda escuchar el golpeo de la pelota como si esto fuera tenis.

El Vicente Calderón no fue todo lo maravilloso que se está contando ahora. La leyenda y la nostalgia han magnificado su recuerdo, resaltando los buenos momentos y escondiendo bajo la alfombra los malos, pero de esos últimos también hubo. La diferencia era que, cuando las cosas se ponían cuesta arriba, todo pasaba a segundo plano. Todos éramos uno. Desde el más frentista del fondo hasta el más pijo de tribuna. Una jodida secta. Hoy que el equipo no acompaña, que desde las oficinas tratan de imponernos más y más motivos para generar división y disparidad en la masa social, me acuerdo de aquello que cantaba Rosendo en Sorprendente:

Qué es tu obsesión permanente

Qué es lo que quieres conseguir

Qué es lo que carga el ambiente

Dime, qué puedo hacer por ti

Y por el Atlético de Madrid podemos, y debemos, aún hacer demasiadas cosas. Empezando por el miércoles.

Foto: Getty Images

Autor: Marcos Martín

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3 Comentarios

  1. Joder por fin alguien que habla claro y dice lo que llevo pensando mucho tiempo. Los de arriba se están cargando el fútbol y nostros no hacemos nada por evitarlo. Cada vez nos dividimos más en vez de ir al campo a animar. Ya va siendo hora de volver a ser la afición que éramos. Todos con el equipo pase lo que pase.

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  2. Estoy de acuerdo en todo, excepto en menoscabar lo que acontece en la grada general respecto a lo que hay en el fondo sur.

    No se trata de comparar el nivel de animación de unos y otros, se trata de no pisotear el nombre del Atleti y de no avergonzar a miles de seguidores rojiblancos.

    Conocí el Vicente Calderón desde mediados de los años 70, cuando el número de espectadores en cada partido no llegaba ni a media entrada. Sin embargo, con medio estadio vacío, un grupo de chavales ubicados en el fondo sur, no paraban de cantar y animar al equipo durante todo el partido, era algo inaudito en cualquier estadio de España y rápidamente fue copiado por otras aficiones.
    Pero ese fenómeno, con el que todos nos sentíamos identificados, degeneró progresivamente, se llenó de intrusos a los que ni siquiera les interesaba el fútbol y se convirtió en un caldo de cultivo de violentos.

    Eso perdura hasta hoy día. Me repiten constantemente que son casos aislados, pero en cada partido, tanto en casa como fuera, aparecen casi siempre esos casos aislados y no creo que haga falta enumerar los comportamientos a los que me refiero porque los conocemos todos. Eso daña la imagen del Atleti de manera permanente.

    Por otro lado, existe un tipo de aficionado genérico que no anima, que va con ideas preconcebidas sobre jugadores, entrenador o sistema de juego y no se «bajará del burro» aunque los hechos le quiten la razón, es una pena, pero puede ser una consecuencia de tragarse la papilla diaria de la Caverna mediática.

    Afortunadamente, creo que la mayoría de la afición no pertenece a ninguna de las dos categorías anteriores y sospecho que el gran Rosendo es uno de ellos.

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  3. Estaría bien que esa inmensa mayoría silenciosa dejase de serlo y animase al equipo contra todo y contra todos.

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