Ya desde la primera vez que se enfundó la rojiblanca, a Jackson me refiero, le vimos desenfocado, borroso incluso. Sirvieron entonces como excusas la adaptación a otro fútbol, que siempre es muy socorrida, y el Profe Ortega, ese sistemático despachador de agujetas. Ni mirando debajo de las alfombras del frente de ataque aparecía aquella agilidad felina ni ese romance con el gol que, a ritmo de bachata, se prometían. Algunos apuntaron también como atenuante la disputa de la Copa América, competición a la que se acusa de casquivana a las primeras de cambio por disputarse de madrugada. Puestos a exculpar, valía casi todo. Sabido es que en verano las preocupaciones quedan ocultas tras varias capas de crema solar de protección treinta.
Tras una pretemporada brumosa comenzó lo serio y, entre la más absoluta nadería, Jackson dejó un gol esperanzador en el Pizjuán. Un gol de jugador caro. De asesino preciso, de delantero totalmente alejado a la turbia imagen que el atacante había dejado hasta la fecha. A pesar del margen que le otorgó aquel remate, la afición seguía viéndole desdibujado en cada nueva oportunidad que Simeone le daba. Cientos de aficionados rojiblancos pidieron cita en el oculista, acongojados, para revisarse la vista. No era posible que al resto de sus compañeros, con sus más y sus menos, se les distinguiera nítidamente tanto en el campo como en retransmisiones televisivas y a Martínez se le percibiera como a través de una nebulosa, un poco como a Sara Montiel en sus películas.
Los encuentros se sucedían y Jackson agotaba su crédito y las paciencias ajenas a base de indolencia. Ni un reproche recibió de colegas de vestuario ni de equipo técnico. No existía atisbo de disidencia a la hora de mostrarse totalmente involucrados en la cruzada de salvar al sudamericano de esa imagen turbia que uno distinguía al posar la mirada en sus carnes morenas. Para el recuerdo quedará la celebración que todos sus compañeros le regalaron tras lograr su primer y único tanto en Europa. Dio igual que éste fuera desde el suelo, de rebote y a un equipo asiático. Se festejó el gol como si hubiera valido un título, un billete a una noche interminable con escala en Neptuno. El colombiano recibía los abrazos, parecía que aliviado, y aún entonces los que se fijaron en él notaron que su figura seguía estando difuminada.
Lo que pareció el comienzo de una gran amistad, la de Jackson con el gol y la de la afición con el punta, se tornó en una mayor decepción a medida que los partidos discurrían. Al fijar los ojos en Martínez uno notaba un velo que impedía verle de manera transparente. Sus propios compañeros, empecinados en otros momentos en buscarle, repararon en que el nueve llamado a ser la referencia de este año comenzaba incluso a perder color. El delantero cafetero, ya totalmente descafeinado en esos momentos, se había convertido en alguien invisible. Minutos y horas sin influir en el juego, sin pisar el área con algo de sentido, sin hacer algo de provecho para el equipo lo atestiguaban. La grada, con el aguante ya a la altura de la entrepierna, empezó a acompañar cada una de sus intervenciones con el típico runrún que los jugadores de los que poco se puede esperar siempre llevan como sombra. El atacante, para aquel entonces, respondía en cada comparecencia con otro esperpento y había conseguido transmutar la agilidad felina del envoltorio con el que se compró en impotencia de gatito doméstico al que le han quitado las uñas. Al dolor se encomendó el punta, al provocado, más concretamente, por un golpe en el tobillo que tardó en sanar lo que un fractura. No hubo nadie que echara de menos su difusa apariencia mientras convalecía. Pobre Jackson.
En los últimos días de Jackson entre nosotros, daba casi un poco de pena mirarlo. Su cara estaba totalmente pixelada, como la de los menores que salen en las revistas del corazón y otras vísceras. Por ese motivo, tal vez no tocó un balón en los minutos que Simeone le regaló como último salvavidas en el partido contra el Sevilla o no apareció cuando las cosas se pusieron feas en la eliminatoria del Celta. Se entiende su ostracismo sin embargo, no debe ser fácil tomar la decisión de sacar al campo a alguien sin tener claro si es un rematador o la hija pequeña de Fran Rivera toreando al natural. Su historia finaliza sin previo aviso. Estaba asumido que para distinguir al atacante tendríamos que achinar los ojos de aquí al final de temporada cuando Martínez se nos marcha. En su nuevo destino le verán mejor, los ojos vienen rasgados de fábrica. Pese a todo, miro y remiro la foto de su anunciación al lejano oriente y le sigo viendo borroso. Distingo sin dificultad al chino que está a su lado, eso sí, pero la cara de Jackson sigue estando difusa. Lo mismo es que le fichamos como delantero goleador y resulta que era un hijo secreto de la Pantoja. Todo se verá, pero lejos de aquí, por caridad.
Foto portada: eurosport.com
14 febrero, 2016
toalmente de acuerdo
14 febrero, 2016
totalmente de acuerdo, quise decir