El Atlético de Madrid, según Groucho Marx

Hace tiempo, leí una frase de Albert Camus que me gustó demasiado: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.» Por mucho que los intelectuales de tres al cuarto digan, el deporte rey es capaz de explicar innumerables cosas que trascienden más allá de un terreno de juego y forman parte del día a día de cualquier persona. Sentimientos como el amor, la pertenencia, la lealtad o la camaradería, los he visto representados en muchos de los días que he acompañado al Atlético de Madrid. Ya sea en casa o de visitante. Gente como Camus, Galeano, Burgess o Hornby, también lo sabían. Y no dudaron a la hora de mostrarlo en sus obras.

Fue este verano, con la posibilidad de que Cristiano Ronaldo vistiese nuestra camiseta, cuando recibí, una vez más, otra lección que el fútbol quiso darme. La diferencia entre principios e interés. El salto tan abismal que hay entre los que creen fielmente y a rajatabla aquello que pregonan al resto y los que se escudan tras un mensaje porque, en ese mismo instante, es algo que les beneficia. No, no es sólo fútbol. Lo podemos ver en muchos estamentos de la sociedad. En el político que en la oposición tiene unos argumentos que desaparecen cuando toca poder. En el vecino que aboga porque los ricos paguen más impuestos y al que, tras tocarle la lotería, no le hace tanta gracia esa postura. Está en todas partes, y el Atlético de Madrid no iba a ser menos.

La mera posibilidad de que el portugués tuviese opción de vestir esta camiseta ha vuelto a llamar a filas a aquellos que durante demasiados años celebraban el ser por encima del tener. Esos que se mostraban de puertas para afuera felices calados bajo la lluvia, pero en cuyo interior deseaban estar secos y calientes. 

Así, los mensajes que hablaban de ganar títulos por encima de todo, que acusaban a quien no quería al portugués de falta de grandeza o que pedían con ímpetu la llegada de un jugador que tantos desprecios ha hecho a este Club se sucedían en redes sociales. Si cogiesemos una a una las diferentes frases y discursos que en este verano se han leído, les quitasemos cualquier dato identificativo y las pusiéramos en una pizarra, uno sería incapaz de adivinar de qué equipo es la persona que lo afirma.

La masa social rojiblanca que durante tantos años trabajó para obtener una identidad propia que la diferenciase y la hiciese especial entre el resto de hinchadas de Europa, se está dejando llevar por el modernismo y el costumbrismo de aquellos, mal llamados, clubes de élite. Así, auspiciada por una corriente de nuevos ricos y recienes llegados, se está convirtiendo en una masa aborregada carente de pasión y guiada por los mismos fines que mueven al resto de clubes: Estrellas y títulos.

Cuesta pensar que los que hoy pueblan las gradas del Metropolitano sean herederos de aquellos que lograron que, por ejemplo, Zamorano no vistiese la rojiblanca. Aquellos que en su día se aferraron al mástil del barco, levantaron la bandera y lo guiaron mar adentro, sabedores de que era mejor perder él mismo que la propia honra. Cuesta creer que mensajes tan certeros y directos como los que nos identificaron en los años más oscuros de nuestra existencia se hayan convertido en meros eslóganes de marketing para vender abonos o llenar encabezados de Instagram.

Estos eran sus principios. Como dijo Groucho, ahora tienen otros.

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Autor: Marcos Martín

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3 Comentarios

  1. Hola, estoy de acuerdo con el artículo.

    El otro día oí a Roberto Solozabal contar que con 15 años engañó a sus padres para irse él solo a la final de Lyon (Recopa del 86).

    Quiero a Solozábal en mi equipo por encima de cualquier central carísimo, mediático y aunque sea el mejor del mundo y cuyos datos de pases acertados, balones recuperados sean insuperables, sea como fuere nunca superará a Roberto Solozabal.

    Esa es mi opinión.

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  2. Que un bulo de ese calibre no solo siga circulando, sino que genere «runrún» y hasta pancartas entre la afición, es otro éxito de la Caverna, otra victoria del madridismo que se ríe a carcajada limpia.

    El desamparado aficionado colchonero es otra vez víctima del dueño del negocio. Siempre en época estival, aburridos y sin partidos que robar, la Caverna obsequia a su afición con una patraña para que disfrute. Como diría uno de sus miembros, «es una patraña muy burda, pero vamos con ello».

    Sin embargo, la desconfianza en la directiva es tal que lleva al aficionado colchonero a plantearse el famoso «pero, ¿y si, si?». En cuyo caso, un Metropolitano vacío sería una respuesta planetaria ejemplar.

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    • Pues yo creo que no se da porque no pueden, cosa que me alegra sobre manera…

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