El final imperfecto

Fue el partido que había diseñado Simeone en su mente. Minuto a minuto hasta el ochenta y nueve, en el que se le torció el final deseado. Un resultado justo para dos equipos, el Atleti y el Barcelona, que no supieron como descoser las costuras del otro, un punto para cada uno en la apretada carrera por la Liga.

Simeone sacó, bajas mediante, su once de gala y el equipo esperó al Barcelona en su modo habitual. Con orden, solidaridad, esfuerzo, sin pelota. Un perfecto asidero para todos aquellos que insisten en que el argentino debería ser más valiente en estos partidos. Pero el Barcelona tiene a Messi. El Barcelona tiene el doble de presupuesto que el Atlético, no poco más, ni bastante más, el doble. El Barcelona es el campeón. A veces las crónicas y los indocumentados necesitan un poco de contexto.

El equipo de Valverde agarró la posesión y no hizo nada con ella, tal vez no supo, o no pudo, desmontar las dos líneas de cuatro que el Atleti hacía bascular de un costado al otro como si fuese una pétrea legión romana. Así transcurrió el partido entero, la primera parte, y también la segunda hasta que llegaron los goles como si fuesen accidentes. Muchos dibujarán un partido feo, en el que no hubo ocasiones de gol, ni tiros a puerta, ni siquiera accesos lejanos a los dominios de los porteros. Pero fue un partido bueno para los que saben ver el fútbol con profundidad. Comprobar la precisa maquinara que es el Atlético de Madrid, su orden táctico, su disciplina espartana, observar la forma en la que Griezmann entrega su talento al servicio del equipo, cómo llega hasta la frontal propia para reprender un error infantil de Rodrigo, cómo está pendiente de la coberturas. Ver a jugadores como Saúl o Koke, todoterrenos ocupando la zona ancha en una labor de contención y anticipación, ver a un central como Lucas con una suficiencia inédita para un jugador de su edad. Observar cómo eso transforma el ecosistema y convierte al Barcelona, el adalid de ese otro juego que algunos insisten en identificar como el único verdadero en un equipo cada vez más parecido al Atlético, con una defensa también inaccesible, con una presión en el medio que apenas permitió a los colchoneros intentar contragolpe alguno, su arma perfecta.

DSC 3543 El final imperfecto

La mano de Vidal. Nada para los colegiados. Foto: Rubén de la Fuente

En la segunda mitad vinieron los goles; Simeone había sacado a Vitolo por Lemar, y el canario dio bastante aire al equipo desde su flanco. Antes hubo un penalti no pitado por el colegiado ni tampoco por el VAR, en unas manos clamorosas de Vidal. No tiene suerte el Atleti con las manos, no parecen ser suficientes nunca para la pléyade de colegiados que observan, en directo o en diferido. Probablemente sea diferente cuando la acción vaya a cambiar de área. En el setenta y siete, Griezmann puso una pelota que Costa cabeceó en el segundo palo e hizo venirse a bajo al Metropolitano, que se había vestido de gala con un mosaico impresionante y que alentó y alentó durante todo el choque trayendo los viejos ecos del Calderón. Enloqueció el estadio y también el de Lagarto, que se sacaba la mala racha goleadora en Liga. Desde el gol el Barcelona lo intentó con más determinación, obligado por las circunstancias. Y cuando ya todos pedían la hora, al borde del noventa, una pelota cayó sobre Messi en una zona fuera de peligro, pero es tal lo que atrae el astro argentino, que cuatro jugadores del Atleti lo encimaron, dejando abandonado del carril de la derecha, que aprovechó un recién ingresado Dembelé, para poner las tablas en el marcador, que fueron definitivas.

El Barcelona celebró el empate como si en él fuera la vida, el Atleti se fue cariacontecido, descontento porque en el último suspiro se le escaparon los dos puntos que le otorgaban el liderato de la Liga. Esto también es contexto, necesario para todos aquellos que insisten en pedir más a Simeone, en criticarlo con saña por no hacer lo que no es obligación, sino reto.

 

Fotos: Rubén de la Fuente

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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