La Copa, que podría ser la competición más bonita, es la más fea. Todo el mundo parece saberlo pero por alguna insondable razón, nadie pone remedio. Hubo un tiempo en que se hablaba de que mandaban ‘los grandes’, que no querían más sorpresas, pero eso tiene un tanto de absurdo, porque luego ‘los grandes’ se quejan del calendario comprimido, y a estos partidos prescindibles de Copa terminan mandando niños para hacerlos debutar con el primer equipo. Por alguna extraña razón, Villar sigue aferrado a un modelo que no satisface a nadie, que aleja a todo el mundo de una competición que, pudiendo ser la más bonita, es la más fea.
Así, del simulacro de partido que se disputó en el Helmántico, ¿qué puede contarse? El Atleti fue con los suplentes y Carrasco. Llevo algunos chavales de la cantera a los que Simeone, con el partido y la eliminatoria resuelta hizo debutar en una noche que no olvidarán jamás. Tal vez sea eso lo único importante, que el partido quedará en el corazón de algunos, y eso no empaña el hecho de que se impida que pueda quedar en el corazón de muchos. El Guijuelo fue un rival muy menor que aguantó con dignidad hasta que encajó el primer gol, que vino tras un piscinazo infame de Carrasco (alguien deberá decirle que este tipo de cosas pertenecen a otro barrio de Madrid) que Undiano se tragó como penalti. Saúl convirtió y a partir de ahí el partido no fue sino una sucesión de anécdotas.
Gaitán desatado jugando como en el patio del colegio. Con movilidad, toque, presencia en el medio, desatascando ataques, dando el último pase y también el penúltimo, con una clarividencia de crack mundial que enseñó por primera vez lo que todos esperan de él. El Atleti jugó a su son y en la segunda parte hubo momentos de un fútbol soñado, pero claro, ¿cómo puede juzgarse eso con el rival que había enfrente?
Carrasco ambicioso marcando dos goles y queriendo más, mostrando a Simeone que el hambre voraz del que quiere triunfar no entiende de relax ni de la categoría del adversario.
Un portero, Royo, que pese a encajar seis goles hizo dos paradones que podrá enmarcar para la posteridad y hablar de ellos a sus nietos.
Un cuarteto de chavales (Henrique, Rober, Juan Moreno, Olabe) que cumplieron el sueño de vestir la camiseta del primer equipo y uno de ellos, Rober, que quiso sacar la cabeza por encima de todos haciendo el sexto, último gol del encuentro.
Un estadio que hacía la ola cuando su equipo perdía por cinco goles a cero, un equipo con la camiseta llena de jamón cortado y con un botiquín con forma pata negra que demostraron que el fútbol tiene una cara bien distinta de la que siempre nos empeñamos en enseñar.
Un puñado de anécdotas, una borrachera de goles, una competición ridícula que no invita a otra cosa que no sea mirar para otro lado. A mediados de diciembre se disputará la vuelta en el Calderón, ustedes me dirán el plan. Una competición que, pudiendo ser la más bonita, la han convertido en la más fea.