La alargada sombra de una pantera (0-4)

Era el minuto sesenta y cuatro cuando por fin, después de tres temporadas y media de tantos lamentos sin respuesta, de alguna que otra resignación, de muchos errores en el camino, Diego Costa, con la camiseta del Atlético de Madrid pegada a la piel, saltó al terreno de juego. A partir de ese momento se dibujó la sombra alargada y enorme de una pantera que lo cubrió todo en el estadio de un modesto y bien armado Lleida.

En la primera jugada, Diego Costa fue al balón dividido como si ya no le quedase nada más que arriesgar, como si el futuro de toda su familia pasara por aquella pelota abajo. A los que lo veían en el televisor les hizo dudar de que aquello fuese la infame Copa del Rey que organiza la Federación y que la eliminatoria estuviera más que resuelta. Perdió el cruce, cayó exagerado, levantó y continuó trotando con esa cadencia inequívoca, la del depredador que calienta acechando su siguiente presa. En la siguiente jugada robó una pelota en el medio, abrió de primera a la derecha y siguió corriendo como si estuviera escapando de la muerte, y ya dentro del área buscó la oportunidad que le sirvió Juanfran para encontrar una frugal paz interior, la que le proporciona el gol. Habían pasado cuatro minutos que sirvieron para rejuvenecer a todo un equipo, a toda una legión de hinchas. Después vino la zozobra, la cara de dolor, la mano a la rodilla. En la búsqueda del gol, insignificante, imprescindible, Costa se había jugado la pierna y con los tacos del defensa ilerdense clavados en la tibia siguió corriendo, ora cojeando, ora acelerando, chocando, encarándose en buena lid con cada rival que intentaba detenerlo de la manera que fuera. La sombra de la pantera lo iluminó todo, lo ocultó todo. Por un momento, Gameiro, que seguía en el campo, pareció desaparecer, se hizo pequeño porque la figura del de Lagarto, su regreso, lo había cubierto todo. El rock and roll había vuelto a sonar en el Atleti.

Antes, en la primera mitad, Godín con un cabezazo excelso y Torres, culminando en boca de gol una extraordinaria jugada colectiva, habían sentenciado la eliminatoria frente al Lleida. También había debutado Vitolo, que dio muestras de la calidad que va a entregar a este equipo que lo espera tal vez no con los mismos fastos que a Diego, pero sí con una necesidad parecida. Y después, Griezmann, que salió de la mano de Costa, en uno de esos mensajes subliminales que manda siempre Simeone, se sintió feliz, corrió entre líneas, intentó pases imposibles y acabó cerrando el marcador de libre directo abusando de una fortuna que hasta ahora le había sido esquiva.

El Atleti finiquitó la serie pero lo importante no fue eso sino el deseado regreso del hijo pródigo. El anunciamiento de una nueva era.

 

Foto: clubatleticodemadrid.com

 

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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1 Comentario

  1. Como siempre un gran artículo. De acuerdo en todo salvo en lo referente a Griezzman. Si de mi dependiese, un lazo y a buscarse la vida en el MU o incluso en el Barcelona. No va a volver a ser el jugador que parecía ser hace dos años. No tiene la cabeza en ello.

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