El Atleti y los libros de autoayuda

El día que alguien ponga el foco sobre eso, el Atleti va a resultar un negocio ruinoso para las editoriales que sobreviven publicando libros de autoayuda. Es el equipo de Simeone un tratado andante, visual, sobre la superación, sobre el poder del ahora, una herramienta práctica de ‘mindfulness’, todo ello condensado en livianas cápsulas de noventa minutos. El partido de Moscú frente al Lokomotiv fue una de las más completas. Ahorren tiempo y literatura barata. El Atleti incluye todo eso y más.

Podía parecer un trámite el partido de vuelta de los octavos de final de la UEL después del tres a cero cosechado en la ida, pero lo cierto es que Simeone planteó el partido como si fuese la final. Lo hizo en los mensajes que transmitió en la previa, que algunos pudieron interpretar como el chau chau del despiste, pero lo corroboró con el once que puso en liza, sin apenas rotaciones sobre los jugadores que vienen siendo habituales. Los jugadores, prolongación en el campo de una mentalidad monocanal instruida por su técnico, se emplearon como si fuese el último partido de sus vidas y de todo eso resultó un juego perfecto, de los mejores de los últimos tiempos o tal vez de todos los tiempos de Simeone.

Lo encarriló Correa con un gran gol después de tirar una pared con Koke en la frontal. Ahí, como reacción fulgurante al gol, el Lokomotiv se fue arriba y nos enseñó el rostro de Werner, siempre protegido por la defensa de Simeone. El argentino mandó a córner dos tiros seguidos de los rusos y al tercero, muy tapado por una nube de jugadores propios y ajenos, Rybus le hizo gol desde larga distancia. Fue un espejismo porque desapareció Lokomotiv y el rostro del portero que ha tomado el relevo de Moyá volvía a disiparse entre niebla.

El Atleti continuó a lo suyo, completó un partido excelso, de los mejores que se puedan recordar. Aglutinando la posesión del balón, dominó el juego sin fisuras y atacó con precisión. Koke se convirtió en ese canalizador que el equipo necesita y era siempre el pivote en el que apoyar el triángulo que hacía avanzar al Atleti. Se asoció con todos: con Saúl y Thomas en el medio, con Correa arriba, con Filipe y Juanfran en las bandas. Se asociaba hacia arriba, y hacia adelante, cambiaba de banda. Koke volvió a ser Koke y aferrados a eso, el Atleti jugaba con vértigo, a un toque, avanzando líneas y empujando al Lokomotiv hacia su portería, sin dejarle el más mínimo lugar para el refugio.

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El equipo celebra la victoria frente al Lokomotiv. Foto: clubatleticodemadrid.com

Nada más iniciar la segunda mitad, Saúl, remató dentro del área a gol una bonita jugada combinativa que había culminado con un centro desde la izquierda de Filipe que Koke dejó pasar entre sus piernas. Con el resultado de nuevo a favor, el Atleti ya fue una apisonadora. Simeone debía estar disfrutando con el juego porque, lejos de empezar a reservar jugadores, sumó a Vrsaljko y a Griezmann a la fiesta. Justo antes se produjo la desgracia de la noche porque en una jugada infortunada, Eder propinó un patadón al tobillo de apoyo de Filipe, que propició que el lateral brasileño se marchase en camilla con el barrunto, a falta de las pruebas pertinentes, de una lesión grave que puede apartarle del equipo.

Con el sabor agrio de la lesión, el Atleti siguió a lo suyo con un Griezmann desatado que, recién ingresado en el campo agarró un balón en tres cuartos y acabó dentro del área siendo derribado por Kochenkov, el portero ruso que pese a la goleada que encajaría, fue el mejor de su equipo. Con el penalti, Griezmann tuvo un gesto grande, porque cedió su lanzamiento a quien más lo necesitaba: Torres, que había estado gris, sin participar demasiado en el juego en un día en el que su equipo estaba siendo brillante. Le regaló la opción y el niño hizo gol y también él cambió con eso. Los goleadores habitan mal en la penumbra, todo es luz u oscuridad. Aquel gol encendió el interruptor de Fernando Torres que de repente pareció otro, más preciso, más combinativo, más enchufado. Así, en el setenta, tras un pase magistral de Correa, Torres encaró al portero ruso y firmó un doblete que le devolvía de nuevo esa sonrisa suya tan reconocible para todos aquellos que durante tantos años hicieron cabalgar su ilusión sobre ella.

Todavía faltaba la guinda: el golazo que cerró el marcador. Correa tiró un sombrero en el pico del área y cedió a Griezmann, que desde la frontal, conforme le llegó el balón, picó una vaselina suave que dibujó una parábola perfecta. Kochenkov miró sobre sí intuyendo la desgracia y le faltó girarse para aplaudir. El francés completaba así treinta minutos perfectos en los que había dejado detalles de su clase mundial.

Cinco goles para rubricar un partido extraordinario que reconcilia al Atleti con su esencia, también con el buen juego, con el premio máximo. Espera sorteo para los cuartos con el hambre de ganar que acompaña siempre el espíritu de Simeone.

 

Foto: clubatleticodemadrid.com

 

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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