Fernando Torres: uno de los nuestros

Pocos, muy pocos, son los jugadores que pueden identificarse con un club de fútbol. Pocos, muy pocos, son los futbolistas que nacen predispuestos a portar unos colores y honrar una camiseta. Y son pocos, muy pocos, aquellos capaces de proclamar su amor por un escudo, por un equipo, vaya donde vaya y juegue donde juegue. En el fútbol moderno, movido por los traspasos astronómicos y el suculento poder del dinero, resulta hartamente complicado encontrar ese perfil de futbolista ídolo, ese icono que hace grande a la camiseta y no al revés. Por eso, cuando uno camina por los alrededores del Metropolitano o contempla el baúl de sus recuerdos, busca comprender qué tiene ese chico de Fuenlabrada que porta el ‘9’ para que todos luzcan su nombre. Todos, sí. Absolutamente todos. De abuelos a nietos, pasando por los padres.

Al entrar al estadio y escuchar las alineaciones, las dudas se incrementan. Se nombra a todos los jugadores: titulares, suplentes… pero nadie se lleva una ovación tan atronadora como él. Salta al césped y el Metropolitano ruge. Muchos de los allí presentes te comentan que no es el de antes, pero que nada de eso importa. A fin de cuentas, es él. No juega tanto como en antaño, sus cabalgadas no tienen la potencia de otra década, pero sus pocos goles se celebran de distinta manera. Se expande una sonrisa inmensa entre la hinchada. Su nombre se grita a los cuatro vientos por la megafonía y, acto seguido, lo corea todo el estadio. Él aplaude, se besa el escudo. La simbiosis es perfecta. Siempre lo fue, desde que debutara un 27 de mayo de 2001 en el Estadio Vicente Calderón frente al Club Deportivo Leganés.
A partir de ahí, 375 partidos junto a ellos. Por el camino, 121 goles. Solo Joaquín Peiró, José Eulogio Gárate, Paco Campos, Adrián Escudero y Luis Aragonés lo superan. Pero ni siquiera los registros importan. “Como si no marca ninguno más”, comentan algunos. Tampoco si no gana nada. Nunca lo logró con el Atlético, al fin y al cabo. ¿Cómo es posible? Se preguntan los que pisan por primera vez el feudo colchonero. De pronto, una voz firme suelta una afirmación concisa y escueta: “Es uno de los nuestros”. Aquel que no lo podía entender empieza a encajar todas las piezas.

Hablar de Fernando José Torres Sanz es hablar de Atlético de Madrid. De la misma manera que el hincha de la Roma con Totti, el del United con Giggs, el del Liverpool con Gerrard o el del Chelsea con Lampard, el aficionado rojiblanco venera como nadie a su Niño. Ninguno como él representa mejor la idiosincrasia del Atlético. Colchonero desde la cuna por obra y gracia de su abuelo, el pequeño Fernando dio sus primeros pasos en el Rayo 13 de Fuenlabrada. Joaquín, vecino suyo y miembro de la Federación, lo tenía claro: “me voy a llevar a este chico al Real Madrid”. Aquellas palabras llegaron a los oídos de Manuel Briñas Barril, fundador de la Escuela de Fútbol del Atlético. Nada sabía Manuel de aquel niño rubio y pecoso del que hablaban maravillas hasta un día de 1994. Manuel, junto a su tocayo, Manolo Rangel, contemplaban atónitos las cualidades de ese joven fuenlabreño. Al acabar la prueba, Briñas se acercó al tímido Fernando y le susurró: “Tú estás hecho para ser jugador del Atlético de Madrid. Tú jugarás en el Atlético de Madrid”.

Desde ese momento, las palabras de Briñas se convirtieron en una profecía. Capitán de todas las categorías inferiores e internacional con España, el Niño que creció en la grada del Calderón con las galopadas de Kiko sobre el césped saltó a él en ese mencionado partido contra el Leganés. El estruendo parecía premonitorio. Había nacido una estrella. Había comenzado una leyenda. La irrupción de Torres apareció como un rayo de luz y esperanza en la oscuridad que inundaba al Atlético de aquel entonces. Hundido en Segunda y con escasas esperanzas de ascender, la aparición del Niño revivió a un gigante caído. Una semana después de su debut, Fernando anotó su primer tanto frente al Albacete. En esa temporada, el Atleti se quedaría a las puertas del ascenso al empatar a puntos con el Tenerife.

‘Otro año en el Infierno’, titulaban las campañas de marketing del club. Y para rescatarlo del abismo, Luis Aragonés. El Sabio de Hortaleza aterrizaba en el Atlético después de dejar al Mallorca en puestos de Liga de Campeones. La llegada de Luis cambió por completo la carrera de Fernando. Alumno y maestro se encontraban por primera vez en su carrera. Años después volverían a juntarse para dar a España su segunda Eurocopa en Viena. Con Luis, Fernando Torres se consolidó como titular y logró el ansiado ascenso con el Atlético. En Primera, Fernando se convirtió en el símbolo de toda una hinchada. Años de ostracismo y de penurias en la élite del fútbol nacional que quedaban tapados por las sublimes actuaciones de un niño de 19 años.

Pese a su precocidad, Fernando Torres no tardó en convertirse en el capitán del Atlético. De nada importó llevar el brazalete. Aun con la presión que conllevaba portar semejante prenda, Torres asumió desde muy joven la responsabilidad de ser el líder y el emblema de todo un Atleti. La afición se encomendaba a él; sus compañeros, también. Desde el exterior llovían las ofertas, incluso de Concha Espina. El joven Fernando, como San Pedro, negó tres veces al vecino de la capital. Un Real Madrid que, por entonces, venía de ganar dos Champions recién empezado el milenio y contaba con las estrellas más brillantes de la galaxia. Jorge Valdano y Ramón Martínez, en una conversación con su agente, José Antonio Martín ‘Petón’, le preguntaron: “Pudiendo jugar en el Ajax, ¿por qué se queda en el AZ?”. O, como diría Santiago Bernabéu: “Pudiendo ser rico, ¿por qué ser pobre?”. Pero Fernando, más rico en espíritu que todos ellos, decidió ser paupérrimo como ninguno. No lo pudieron entender.

Gregorio Manzano, César Ferrando, Carlos Bianchi, Pepe Murcia, Javier Aguirre… pasaban los entrenadores y el Atlético seguía deambulando por la mediocridad. Años de sequía en los derbis, de sinsabores, de rozar la Intertoto para al final nunca jugar en Europa. Los goles de Fernando eran el único sostén de un equipo cuyas secuelas del descenso seguían muy presentes. La deuda del club crecía vertiginosamente y Torres seguía rechazando ofertas. Llamó el Chelsea, pero no escuchó. Fernando quería triunfar en el Atlético de Madrid.

Hasta que llegó una fecha marcada: 20 de mayo de 2007. El Atlético de Madrid se enfrentaba al Barcelona en el Estadio Vicente Calderón. El resultado no pudo ser más bochornoso: 0-6. Algunos aficionados reían, pues preferían perder con el Barça a que el Madrid ganara la Liga. Fernando, lloroso y envuelto en lágrimas, no aguantó más. “Así nunca vamos a ser grandes”, afirmaba. Solo él dio la cara aquel día. Con la directiva empujándolo a marcharse para salvar la maltrecha economía del club y el equipo estancado en la más pura mediocridad, Fernando Torres dio el paso que nunca se planteó dar: abandonar el Atlético de Madrid. Así, después de que Rafa Benítez lo llamara para fichar por el Liverpool, Fernando Torres abandonaba el club un 3 de julio de 2007 por unos 38 millones de euros.

Pese al drama que supuso la marcha del hijo pródigo, tanto el Atlético como Fernando Torres siguieron líneas paralelas hasta la cima. Mientras El Niño se consolidaba como uno de los mejores delanteros del mundo, el Atlético crecía a pasos agigantados con la irrupción de Agüero y el fichaje de Diego Forlán. Así llegaron las clasificaciones a Champions, los primeros títulos… hasta el aterrizaje de Diego Pablo Simeone en Madrid. La llegada del ‘Cholo’ revitalizó por completo a una institución que, con el argentino, recuperó la grandeza de épocas pasadas.
Fernando, por su parte, tocaría el cielo con la conquista de la Champions League en Múnich. Ambos cruzaron sus caminos por primera vez en la Supercopa de Europa de 2012, donde el Atlético humilló por 1-4 al Chelsea de Fernando. Los rojiblancos ya eran grandes. Lo serían más todavía cuando Torres visitara el Calderón en las semifinales de Champions en 2014. La ovación fue descomunal. Y Torres, que por vicisitudes del destino, marcó el gol del Chelsea en el partido de vuelta, alzó los brazos en señal de perdón. Pudo pasar a la historia como el verdugo del club de su vida, pero no lo hizo. Aquel Atleti volaba tan alto como Fernando jamás pudo imaginar.

Era una cuestión de justicia divina que el Atlético de Madrid y Fernando Torres juntaran sus caminos de nuevo. Ahora, con el equipo en la cima tras la conquista de la Liga y la carrera de Fernando en decadencia, fue Simeone quien acudió a su rescate en diciembre de 2014. En una gélida mañana de enero, todos aquellos niños (como yo) que crecieron portando su nombre acudían a recibirle. Aquel Niño que galopaba por la banda, aquel capitán que era el único motivo de los jóvenes para vestir con orgullo la camiseta del Atlético en la escuela, volvía a casa hecho un hombre. Había ganado todo lo que un futbolista de élite puede ganar. Había triunfado como pocos en Inglaterra. Pero para Fernando, aquello no valía nada comparado con lo que viviría aquella mañana. Todo un Vicente Calderón lleno hasta la bandera para verle a él. Sí, a Fernando Torres. Al niño que eligió ser pobre porque otros solo tenían dinero. Al recogepelotas que saltaba como un loco el día del ‘Doblete’. Al Niño que rescató al Atleti del Infierno y tiró del carro hasta que no pudo más.

El destino no pudo ser más caprichoso: debut contra el Real Madrid. Frente a los blancos anotó sus primeros goles desde su regreso. Con su Atleti se convirtió en centenario y rozó el ansiado título que le falta, la Champions. Solo los penaltis le apartaron del sueño. Sobre el césped de San Siro lloró desconsolado. Lloró como nunca antes. Pero siguió. Siguió y cerró el Calderón con un ‘doblete’. Siguió e inauguró el Metropolitano… con un ‘doblete’. Y ahí sigue. Idolatrado, venerado, admirado. A sus 33 años y con su carrera cerca del final. Pero nada de eso importa. Es Fernando Torres. Uno de nosotros, uno de los nuestros.

Autor: David Gómez

Alcarreño. Adicto a la buena música y a la escritura. Estudiando y haciendo periodismo con un micrófono y un papel. Esclavo de una pasión llamada Atlético de Madrid.

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2 Comentarios

  1. Gracias por estos pellizcos en el corazón.
    Solo lo entendemos los que vamos de frente por la vida.

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    • gracias, así es. volvio como el hijo prodigo. solo falta levantar la Orejona o Europa LEAGUE para conciliar su cielo.G R A A N D E E, FERNANDO

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