La derrota frente a Osasuna fue un despropósito. Una vergüenza. Algo indigno. Un partido que nos hizo retrotraernos a tiempos que parecían enterrados y olvidados.
El Atlético de Madrid estaba a tan solo un punto de conquistar un record más en su historia. Un empate valía para certificar la mejor temporada como local en los más de 120 años de vida del Club. Al final, 1-4. La mayor goleada encajada en el Metropolitano.
En un futuro quizá podamos definir la temporada 23/24 con tan solo referirnos a ese partido. Un continuo nadar para acabar muriendo en la orilla. Un quiero y no puedo. Un globo que se inflaba por momentos pero que acababa pinchandose. Un casi.
Habrá quién piense que el partido frente a Osasuna no puede definir nada ni servir para poner notas. Lejos de eso, el encuentro ante los navarros puso de manifiesto las carencias de la plantilla en apartados que van más allá de lo táctico o físico. Muchos de los futbolistas andaban más pendientes de los torneos que van a disputarse este verano entre selecciones que de poner su nombre en la historia rojiblanca como la plantilla que consiguió la mejor puntuación como local. Todo dicho.
Llega el verano y debe empezar el trabajo en las plantas nobles del Metropolitano. Sobre la mesa debería estar la intención de crear, después de tanto tiempo, un proyecto deportivo con vistas a futuro, sentando las bases de un equipo que pueda competir por títulos en los años venideros. Trabajar en promesas, y arriesgarse a no cumplir objetivos en detrimento de desarrollar una idea, en lugar de apuntalar plantillas que van siendo desechadas año a año teniendo como techo la clasificación para la Champions.
Con una plantilla envejecida y varios de los titulares de los últimos años en claro declive, el presente verano definirá lo que va a ser el Atlético de Madrid en el próximo lustro. ¿Estará la dirección deportiva a la altura?
