No sabemos si fue la misma que enamoró a Vicente de Castro «Parrita» en aquel castizo Rastro de Madrid, aunque estarán conmigo en que sonaría poético que así fuese. El caso es que desde hace unas semanas, en el fondo sur del Metropolitano se rumorea que una gitana loca tiró las cartas, y lo que salió de ellas no dejó indiferente a nadie: Nuestro Atlético de Madrid va a salir campeón.
La buenaventura dice que los muchachos rojiblancos acabaremos esta temporada celebrando algo, y sinceramente es un tema que llevo ya algún tiempo barruntando. Es conocido por todos que nunca nos fue bien cuando quisimos salirnos de las pautas marcadas, de ese partido a partido que como un martillo nos fue golpeando en la cabeza y ahora marca nuestro porvenir, no sólo deportivo sino también en muchos otros aspectos de la vida.
Nunca nos fue bien, digo, pero es inevitable empezar a construir castillos en el aire viendo el rumbo que estamos tomando. La guerra social que durante años caló en los mentideros rojiblancos ha desaparecido. La decisión de volver al escudo anterior, que durante años fue reclamada por gran parte de la masa social rojiblanca y que, a la hora de la verdad, fue refrendada en votación, ha limado las diferencias y ha vuelto a reorganizar a las huestes en torno al emblema que es todos consideran como suyo y que volverá a lucir a partir de la próxima campaña. El Metropolitano se ha vuelto a convertir en una trinchera infinita de la que es muy difícil salir vencedor y amenaza con destruir récords siguiendo el discurso sagrado del partido a partido. Claves han sido muchos de los ambientes esta temporada, capaces de contagiar al equipo para conseguir dar la vuelta a resultados adversos y acumular victorias y goleadas.
Griezmann volvió para demostrar que había entendido todo. Agachó la cabeza, no levantó ni un segundo la voz y tragó con todo lo que le venía. Era consciente de sus errores y del precio que debía pagar por ellos. No se amilanó. Volvió a conquistar a la grada rojiblanca a base de sacrifiio, goles, asistencias y gestos dentro y fuera del terreno de juego. Hoy vuelve a ser uno de los nuestros.
Tras un tiempo en el que el final parecía muy claro, de los más claros de la historia, la renovación de Simeone fue como una bocanada de aire después de mucho tiempo bajo el agua. El Cholo se ha convertido en un activo indispensable en este Club. Un pilar fundamental sin el cual todo lo demás empezaría a tambalearse y a provocar nervios y dudas en todos los estamentos de la entidad. Con él al volante, el Atlético de Madrid respira y continúa con la estabilidad que tanto celebramos en esta última década. Esperemos que ahora que han cerrado al entrenador tengan tiempo de sentarse con nuestro capitán para que este pueda cerrar el círculo y protagonizar una hazaña que en el fútbol actual sería histórica: Convertirse en One Club Man. Esperemos que ambas partes logren llegar a un entendimiento y podamos seguir celebrando.
Dicen los que están metidos en estos mundos de esoterismo que a menudo las predicciones no deben ser tomadas al pie de la letra. Que quizá el hecho de ser campeón no implique levantar copa alguna. Igual todo tiene que ver con esa recuperación de la identidad perdida. Esa vuelta al escudo, o ese Metropolitano en el que cada día nos vamos viendo menos raros. Puede ser eso o que la próxima primavera estemos tiñendo de rojiblanco la Plaza de Cánovas del Castillo. Lo único claro que tengo es que la gitana nos tiene locos a todos.
