Parecía el Calderón cansado ejerciendo de anfitrión. Se notaba en un ligero encorvamiento de espalda por el sobrepeso a la altura del palco, lleno de receptores y alentadores de pitadas. Alrededor de ciertos partidos merodean como hienas unos, otros y sus respectivos cronistas oficiales, que viven de estirar el chicle hasta la obscenidad y de degradar al balón de protagonista a comparsa. Sin extirpar totalmente el tumor ambiental, los cronistas de cualquier condición anteriormente citados califican la final de emocionantísima. Habría que preguntarle a la mujer de rosa de detrás de Ada Colau, que roncaba con los vellos de punta.
Lejos de la intención de éste otro cronista queda enfocar el choque desde punto de vista alguno, pero quizás convendría señalar una inquietante falta de criterio homogéneo a la hora de relatar. Cuentan los analistas que el Barça estuvo épico y hasta heroico en su defensa y el Sevilla admirable en su planteamiento. Desde todas las trincheras se valora la intensidad del partido y se acentúa la entrega y lucha de los contendientes. Se destaca el compromiso lacrimógeno de Suárez y se ponderan al alza las estrategias del sobreactuado Emery y del soberbio Luis Enrique, vestido de Milikito para la ocasión.
Una vez superado el excepcional paréntesis de ayer y con la vista puesta en el próximo sábado, la épica y la heroica en defensa vuelven a ser de pobres, un planteamiento basado en esperar al rival será antifútbol, la intensidad de un partido no será más que violencia y la entrega y la lucha de un equipo deberían estar sancionadas por la ley mordaza, que es muy blanda para según qué cosas. La pizarra y la estrategia serán de nuevo anunciadoras del aburrimiento y hasta se sospecha si Simeone no estuviera detrás del lanzamiento de una botella de agua desde un banquillo que, como protesta, interrumpió el juego.
Tres conclusiones se extraen de la final de ayer, más allá de banderas con más o menos estrellas: Una, que lo más legítimo sería pedir la independencia de Fuentealbilla, visto lo visto. Dos, que no sorprende que Del Bosque ande enamorado de Bartra, pocas veces se vio un central que cometiera tan pocos fallos en partidos de campanillas. Y tres, que no extraña que el Calderón acabara agotado con tantas mamarrachadas.