Estadio de Do Dragao. Diciembre. El Atlético de Madrid acababa de certificar su pase a los octavos de final de la máxima competición continental de clubes y yo me arrancaba a cantar. Nada nuestro. Ningún cántico de grada argentina improvisado que pegase con el momento. En aquella ocasión fueron los Chichos. Lejos de mirarme incrédulos pensando que se me acababa de ir la cabeza, mis amigos se abrazaron y cantaron conmigo para sorpresa del resto de grada que asistía a tan cómico espectáculo sin saber bien si reírse o llamar a un sanatorio mental.
Quizá fue fruto de la euforia, o tal vez tuvo bastante que decir el alcohol que, a esas horas y habiendo comido poco, galopaba sin control por nuestras venas, pero en aquel momento le dijimos a los presentes que todo en la vida son ilusiones. Que aquel viaje por carretera, aquellas historias que se volverán a contar encuentro tras encuentro, y que algún día escucharán nuestros hijos, eran todo cuanto necesitábamos. Que, aunque en aquel entonces no lo sabíamos, en aquel desplazamiento se iba a sellar una amistad que solo es posible si te la brinda el Club Atlético de Madrid.
Todo aquel que haya visto la película Rounders sabrá que era aquello que más animaba a uno de sus protagonistas cuando estaba hecho polvo. Ese saliente al que se agarraba cuando todo a su alrededor parecía derrumbarse y arrastrarlo hacia abajo. Desde hace bastante tiempo, mi full de ases y reyes está pintado a rayas rojiblancas.
Tras dos derrotas me acordé de aquel día. Tras ver/leer/escuchar a más de uno empezar a rumiar reproches, mensajes derrotistas o escupir tiritas antes incluso de saber siquiera si tendremos heridas, recuerdo aquella canción que empezó sonando en un coche y acabó siendo entonada en una grada. Porque todo lo que piensas tú, son ilusiones…