«Porque hay recuerdos que ni el alzheimer puede borrar.» A todos se nos dibujó una sonrisa en la cara con el reportaje que el Día Después emitió sobre Enrique Collar. Seguimos sin encontrar una definición exacta sobre nuestro sentimiento, ya ni digamos un porqué a tan irracional pasión, pero videos como ese pueden acercarnos un poco a esa inexistente explicación.
En «El secreto de sus ojos», una excelente película argentina galardonada con un Óscar, uno de los protagonistas hace una reflexión que ha pasado a la posteridad y que muchos hinchas han interiorizado. Recordé esa frase cuando vi como un «Atleti» se escapaba de los labios de Enrique Collar. Un tipo que había olvidado casi todo, pero que seguía recordando aquel escudo por el que peleó tantos años. No, no se puede cambiar de pasión.
Han sido demasiadas las temporadas en las que hemos tenido que convivir con un discurso que pretendía minimizar el sentimentalismo que siempre ha reinado en el Atlético de Madrid, intentando que este fuese relegado a un segundo plano como un mero aderezo. Demasiados años tratando de que todas las decisiones a tomar estuviesen supeditadas al plano económico. Mucho tiempo escuchando expresiones y acepciones más cercanas a balances, números y despachos que a un estadio de fútbol.
El pasado verano, la unidad de la afición rojiblanca se selló en forma de referéndum. Diecisiete victorias seguidas en casa después podemos afirmar sin sonrojarnos que todo es mucho más sencillo que aquello que trataban de explicarnos con proyector y puntero láser. Todo era más simple que un estadio grande, un crecimiento o una marca comercial. Todo era más fácil. Collar. Pereira. Un abrigo. Un escudo. MI EQUIPO.