Siempre ha sido así, no es nada nuevo. El Atlético de Madrid ha luchado contra sus propios demonios y también contra la alargada sombra de su rival. Una lucha desigual, ventajista, difícil de abordar. Una asimetría insultante que seguro ha influido para forjar una manera de ser tan determinada como la que habita en la ribera del Manzanares. Tal vez sea mejor así, quizás sea necesario que te roben para aprender el valor de las cosas, que te maltraten para saber querer lo que tienes, que traten además de engañarte para poder reconocer la única verdad. Tener un espejo inmutable al que mirar para saber lo que no quieres ser.
Lo cierto es que siempre fue así y que nada nunca va a cambiar. El Atleti permanecerá ahí, luchando a la sombra contra arrogancia de Goliat, perdiendo, escuchando como los demás dibujan una realidad inexistente, construyen la historia vergonzosa que trata de disimular la ignominia que supone ser benévolo con el poderoso, aceptar sus corruptelas, fomentarlas, encubrirlas, tratar de naturalizarlas. El Atleti seguirá ahí, mirando ese espejo y recordando lo que no quiere ser, tragando la amarga rabia que segrega la impotencia, redoblando esfuerzos, superándose, y sí, ganando a veces, demostrando entonces que no siempre vence quien escribe las líneas del guion, quien juega con las cartas marcadas. Que existe un lugar recóndito para la esperanza.
Pero nunca nada va a cambiar. Es preciso saberlo, asumir ese elemento como algo cotidiano para que así el hastío no golpee esa determinación fabulosa y única. Para que el espíritu rojo y blanco permanezca indómito, sublevado, contrario. Para que el fútbol deje paso a los valores, las victorias a la redención y las derrotas no sean sino una manera de recordar que en la vida se pierde y que el Atleti no es trampa, es vida. Es el espejo que refleja el contrario, el elemento molesto e incómodo que de cuando en cuando hace tambalear ese mundo de corrupción y mentira. Aquello que ustedes no quisieron ser.
22 noviembre, 2016
Así era el Atleti que conocí allá por los 70, rebelde y contestatario, prefería comer tortilla sobre el césped del Calderón antes que ir a participar de una farsa montada enel Estadio de su vecino tahúr.
Ahora,(sobre todo tras las Finales de Champions) es un comparsa más de este montaje, y la identidad se ha diluído entre las directrices marcadas por Pérez.
30 noviembre, 2016
La identidad se ha diluido, pero existe. Cuando no haya triunfos saldrá a flote.
Fenomenal artículo.