Un jugador de fútbol, especialmente uno del Atlético de Madrid, se gana la jerarquía en el equipo partido a partido, cómo no. Los éxitos, los títulos, la sonrisa extraña que luego todos ponen al mirarlo no son sino una consecuencia de un minucioso trabajo bien hecho en el día a día: partido a partido, entrenamiento a entrenamiento. Muchos poquitos suman un muchito, que decía mi madre. Al final de todo ese camino, un día, un jugador se da cuenta de que una afición vive pendiente de él, no ya por el gol que esperan que marque o por su genialidad sino simplemente por el hecho de estar. Porque todos esos día a día han construido un esfuerzo tan hermoso, un compromiso tan amplio que cualquiera, un compañero, un empleado, o cualquier aficionado de los que pueblan las gradas les confiaría ese momento importante de su vida. Tienen suerte los equipos que consiguen a uno de estos tipos, no hablemos de los que tienen varios, como es el caso del Atlético.
Godín es uno de esos jugadores a los que sobradamente cualquier hincha del Atlético de Madrid le entregaría las llaves de su casa y eso es algo que puede observarse fácilmente, especialmente ahora, en estos días en que el central uruguayo se ha recuperado de su lesión y se acercan los cuartos de final de la Champions. Desde que el sorteo volvió a emparejar, ya saben ustedes que el destino ofrece azares obstinados en según que casos, al Atlético de Madrid y al Barcelona, la incomodidad recorrió por igual a ambos contendientes, si bien es cierto que, tal vez por la altivez, los blaugranas se guardaron de disimularlo más, o por lo menos mejor. La afición del Atleti andaba de ceño fruncido y los que no la conocen pensaron que debía de ser por la entidad del rival. No tal. El caso era que el jefe de la defensa, ese hombre al que cualquiera dejaría al cuidado de sus hijos, se venía recuperando y había ciertas dudas sobre si llegaría bien al choque o no. Sin embargo, el otro día Godín saltó a entrenar con sus compañeros y ahora ya pueden ustedes, con solo mirarles a la cara, distinguir a la perfección a todos los que profesan la religión del Atlético de Madrid. Como el que se libera de una desgracia infinita, el optimismo ha vuelto al Manzanares.
Qué lindo verte correr Faraón.