Decía John Lenon que la vida es lo que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes, y tenía razón. No son pocas las veces en las que un revés ha puesto patas arriba nuestras creencias más absolutas, demostrándonos que no hay verdades rotundas. Miento, solo una: el madridismo es un mal a combatir.
Recuerdo que era una tarde soleada en la grada del Metropolitano. La prensa ya llevaba días con el run-run sobre la posible llegada de Álvaro Morata al Atlético de Madrid y distintos sectores del estadio expresaron su opinión sobre el tema. Cómo debe ser, mal que le pese a quienes siguen con su afán de enlatar y controlar cualquier ápice de lo que sucede en los recintos deportivos. Desde el fondo sur se empezó un cántico que varios focos de la grada comenzaron a reproducir, entre ellos yo, que en ese momento ocupaba una localidad de Fondo Norte. «Menos Morata y más Borja Garcés.» Un mensaje simple, sin más fundamento que el hacer notar a la dirección deportiva que gente llegada del máximo rival no era bienvenida y que mejor buscar en otro sitio, preferiblemente la cantera.
En aquel momento tenía la firme idea de que Álvaro Morata no era la solución. Por entonces continuaba siendo un emblema del madridismo, un exponente de la cantera de Valdebebas y el protagonista de unos cánticos hirientes en una de las fechas más negras de nuestra historia. Además de todo eso, no aportaba unos números que permitieran soñar con enterrar a base de estadísticas tan funestos recuerdos. Era un mal fichaje.
Aquella tarde, en distintos sectores de la grada hubo intercambios de opiniones. Argumentos y contraargumentos para defender posturas de tipos que vestían la misma bufanda, pero que chocaban en distintos puntos a la hora de entender el fútbol, el Atlético de Madrid y la vida. Bendito fútbol, benditas gradas.
Este verano las tornas cambiaron. Esta vez era el rumor sobre la salida de Morata el que merodeaba por los mentideros habituales y yo el que se oponía a tal operación. Álvaro Borja ya no era el buque insignia de los blancos, si no aquel jugador que pidió perdón de rodillas en Anfield, ante un fondo atestado de locos que viajaron hasta la ciudad de los Beatles entre amenazas de cancelaciones de vuelos o cierres de fronteras. Morata ya no es el que cantaba canciones que se mofaban de nuestra afición, si no el que no duda a la hora de hacer felices a los nuestros en incontables ocasiones, ya sea con palabras de ánimo, regalando camisetas, o mostrándose lo más cercano posible. El que sacó una bandera con nuestro escudo, días antes de que estallase la batalla final para recuperarlo, en plena celebración de un título con la selección. El que, después de aquella charla con Simeone, se quedó y ahora marca goles que dan puntos.
El otro día me llegó un vídeo al móvil, Gonzalo Caballero, junto a Morata, hacían felices a una niña que lucha contra esa maldita enfermedad a la que hemos visto llevarse a varios de nuestros seres queridos. Su sonrisa no tenía precio. Las palabras de Álvaro, tampoco. La vida y sus planes.