Si el Atleti de Simeone no existiese habría que inventarlo. Ayer, minutos después de pasar a semifinales de la Champions por tercera vez en cuatro años, mientras la buena gente de Leicester nos aplaudía desde la grada, como corresponde a una afición elegante, me di cuenta de que había dejado de ser un simple equipo de fútbol para transformarse en una metáfora contemporánea. En una isla luminosa en mitad de ese pestilente pantano de endogamia en el que se ha transformado el mundo del fútbol. Una incómoda anomalía que hace fallar las leyes sospechosamente perfectas del patriarcado. Una emisora pirata en mitad de un mar de oficialidad megalómana, rentable y podrida. Una luz que no deslumbra sino que aporta humanidad. La nota sincopada que transforma ese caduco himno militar que escuchamos a todas horas en unos cuantos compases de puro Swing. Inútil, poco rentable y popular pero puro Swing. Esa Blue Note que, metida en mitad de un acorde de realidad negociada, provoca que un puñado de soñadores indefensos seamos capaces de entendernos con un guiño cómplice. En la distancia. En mitad de un vagón de metro. Sabiendo que simplemente compartimos locura. El Atleti de Simeone es un músico de Bebop en mitad de una orquesta que siempre toca la misma sinfonía. Una orquesta que lleva años siendo dirigida por un Kurtz de traje y corbata. El Atleti de Simeone, como los esclavos de Nueva Orleans que tenían prohibido tocar el tambor en sus reuniones de la Congo Square, hace de la necesidad virtud. De la desgracia oportunidad. Es libre viviendo enclaustrado en una plantación mediática, dominada por ignorantes poderosos. El Atleti es Jazz. No trates de entenderlo. No trates de analizarlo. No trates de ponerlo en contexto. Escúchalo y déjate llevar.
Me consta que había un nutrido grupo de aficionados colchoneros que salieron molestos del Calderón con la supuesta falta de ambición del equipo en el partido de ida. Supongo que hoy, concluido ese virtuoso movimiento que ha sido la eliminatoria contra el Leicester, habrán entendido mejor la pieza. Simeone, entre otras cosas, es un gran estratega. Un apasionado de los infinitos esquemas del fútbol, capaz de diseñar en su mente temporadas, partidos y eliminatorias completas. Simeone sabía que el éxito del equipo inglés pasaba por marcar un gol en el Vicente Calderón. Cualquier otra opción se presentaba mucho más complicada y por eso, como gran entrenador que es, planteó la eliminatoria sobre esa premisa y no otra.
En el segundo pasaje, el partido de vuelta, los primeros compases tenían que ser de contención. De pausas alargadas pero sin que se perdiese el ritmo. Ralentizando el conjunto pero liderando la melodía. Salió perfecto. Los de Shakespeare no consiguieron encender su estadio (como pretendían) y ni siquiera fueron capaces de acercarse al área con peligro. El Atleti estaba siendo muy inteligente. Dominaba todos los escenarios y dejaba que el tiempo fluyese. Para asombro de propios y extraños, estaba funcionando de maravilla la nueva posición de Giménez en el mediocentro. Entonces, con los instrumentos afinados y el duende sobrevolando la inspiración, apareció el Jazz. La improvisación dentro de un esquema prusiano. La magia de Filipe, Koke, Griezmann, Carrasco y Saúl. Solistas de primer nivel. En uno de sus fraseos más atinados, Filipe Luis colgó un balón prodigioso desde la izquierda para que Saúl (otro partidazo de un jugador que crece de forma imparable) pusiese de cabeza el 0-1 en el marcador. Todos respiramos. Los colchoneros para adentro. Los aficionados foxes para afuera.
Pero en la segunda parte cambió el guion. Tirando de orgullo y de los pilares más tradicionales y rudimentarios del fútbol inglés (a los que de forma absurda los equipos británicos parecen querer renunciar) consiguieron cambiar la partitura. El esquema de filigrana de Simeone se vino abajo a base de sobredosis de balones verticales y juego directo por las bandas. A veces menos es más y esta fue una de esas veces. Un claro mensaje para todos esos rapsodas que siguen creyendo que existen formas lícitas e ilícitas de jugar al fútbol. El Atleti lo pasó mal con la versión más pura de fútbol inglés. Y mucho peor lo pasó cuando se lesiono Juanfran y tuvo que sustituirle Lucas. Simeone tuvo entonces que recolocar las piezas de una defensa que hasta ese momento había estado impecable. El Atleti no era capaz de tener el balón ni de salir de su propia área. A base de fuerza, acoso y derribo el Leicester logró finalmente empatar por mediación de ese currante del fútbol llamado Vardy (un tipo que, dicho sea de paso, me cae bastante bien). Entonces sí, se encendió el King Power Stadium. Tenían que meter dos goles, algo que con las estadísticas en la mano parecía prácticamente imposible con el Atleti de por medio, pero el fútbol es así de maravilloso. Los aficionados del Leicester pensaban que era posible. Algunos aficionados rojiblancos también.
Pero no lo fue. Nuestros músicos saben tocar con la orquesta cuando tienen que hacerlo. Saben esconder su talento en el ritmo de los demás. Saben sufrir. Simeone movió el banquillo bajando a Griezmann y cerrando las bandas pero Filipe se rompió en el esfuerzo y hubo que volver a improvisar. Da igual. Este equipo sabe sudar como nadie. Sabe jugar con lo que tiene y, como los negros de Nueva Orleans, sabe hacer ritmo cuando tienen prohibido usar el tambor.
El partido terminó con los 22 jugadores extenuados sobre el césped. Fue precioso ver como todos se saludaron honestamente después de la batalla. Como se abrazaban los que antes se habían pegado. Como se aplaudía el esfuerzo y se reconocía el mérito. Fútbol.
El Atleti vuelve a estar en las semifinales de una competición tan bonita como corrupta. Es por eso que mi alegría no puede ser completa. Por mucho que me moleste reconocerlo. Podría tirar de hipocresía, agarrarme a lo bueno y mirar a otro lado. Podría centrarme en esas pequeñas motas de pelusa que adornan mi ombligo, como hace tanto profesional, pero no es mi estilo. Tampoco soy profesional así que quizá sea por eso. Quizá lo único que pase es que, como vaticinaba Orwell en 1984, “cada año habrá menos palabras y así el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño”. No lo sé. Lo que sé es que mientras aguante mi giradiscos sin romperse, seguiré escuchando Jazz con los auriculares puestos.
Foto: clubatleticodemadrid.com