Decía un novelista inglés llamado Samuel Butler que se puede hacer muy poco sólo con la fe pero que sin ella no se puede hacer nada. No puedo estar más de acuerdo. El Atlético de Madrid está en semifinales de la Champions League por segunda vez en tres años porque es un equipo de fútbol excelente. Bien entrenado, profesional y generoso que además rezuma fe. Por todos los sitios. Lo hace la plantilla, lo hace su entrenador y lo hace una afición entregada que sigue aferrada a esa idea ingenua de amar a su equipo por lo que es y no por lo que debería ser. El Atlético de Madrid es una bendición para ese mundo del fútbol que se apoya en cifras de ventas millonarias, crestas fotogénicas o luces de candilejas. Ese monstruo que reparte paquetitos desechables de ilusión como si fuesen piezas de bollería industrial. Ese que ofrece entradas para Disneylandia argumentando que venden realidad. El Atlético de Madrid es una rara avis en una fauna hostil. Un espontáneo en una comedia que se decora con luces de neón y que dice dar espectáculo pero que siempre acaba igual. Una anomalía complicada de entender, especialmente para los que reman a favor de corriente o los que tienen dificultades extremas para levantar la vista del ombligo.
Creo que los aficionados al Atlético de Madrid tenemos mucha suerte. Dudo sinceramente que lo que se pudo vivir ayer en el Vicente Calderón pueda vivirse en muchos otros estadios del mundo. Y no estoy de hablando de nimiedades como ganar o perder, ni de mosaicos espectaculares o de fotografías que hielan la sangre. Tampoco de gritos, de ruido o de cánticos ingeniosos. Hablo de comunión. De entrega. De magia. De conceptos muy difíciles de explicar sin ponerse cursi o incluso haciéndolo. Cuando los jugadores saltaron al césped quince minutos después de haber ganado 2-0 al FC Barcelona parecían simplemente un puñado de amigos que celebraban un éxito. Lo eran, seguramente. Mis amigos y yo estábamos haciendo lo mismo en la grada. Les aplaudíamos y nos aplaudían. Todos éramos sinceros. Acababan de realizar una hazaña objetivamente épica pero creían sinceramente que nosotros teníamos parte de culpa de ese éxito. En ese momento no éramos clientes sino familiares. No éramos espectadores sino compañeros. Mientras sonreían y se hacían fotos parecían tipos normales. Lo eran.
Los rapsodas hablaran de entrega, de fuerza e incluso de huevos. Yo prefiero hablar de fútbol. Sí, de fútbol, porque no existe una única forma de entenderlo ni es propiedad exclusiva de nadie. Ni gustos ni gaitas. Eso del debate estético es una pérfida artimaña para disfrazar el desprecio por lo diferente o peor, justificar lo injustificable. Fútbol es el pase de exterior en circunstancias extremas de un tal Saúl. Fútbol es una carrera en vertical de Carrasco o plantarse en tres toques en el lateral del área rival. Fútbol es ese prodigioso balance defensivo del Atleti en el que diez jugadores se mueven en torno al balón con una precisión digna del modelo atómico de Bohr. Fútbol es salir en eslalon en el minuto 80 de partido sorteando rivales hasta provocar un penalti. Fútbol es cerrar las líneas de pase de Busquets o no dejar espacios a la espalda de los laterales. Fútbol es jugar en equipo. Ayudar al compañero en el repliegue. Saber exactamente donde tienes que estar en cada momento. Fútbol es marcar goles y ser solidario para que no te los marquen a ti. Fútbol es el Atleti tanto como cualquier otro. Lo diga quien lo diga.
“Tienen valores, señores. Aplíquenlos”, decía ayer Simeone. Algunos le llamarán tribunero. Yo le llamo de usted. Simeone es el artífice de esta obra maestra llamada Atlético de Madrid. Sí, ese tipo extraño y algo hermético que responde mal a los que pretenden desprestigiarlo pero que no se cansa de dar lecciones magistrales, dentro y fuera del campo. Y sí, soy consciente de lo que acabo de escribir. Ahí me las den todas. El Cholo ha dado la vuelta como un calcetín ese espíritu autodestructivo que dejaron los estertores del legado Gil para transformarlo en una roca de sentimientos, de orgullo, de valor, de ilusión y lo que es más importante, de dignidad. El Atlético de Madrid, gracias fundamentalmente a este señor argentino, ha recuperado la dignidad que había perdido. Por muchos que los notarios de la realidad trucada no quieran enterarse y sigan intentando empujarnos a esas esquina cutre que nos han reservado. Lo aficionados al Atlético de Madrid, al menos los que ayer estábamos en el Vicente Calderón, tenemos muy claro lo que somos y lo que no somos. Estamos felices con ello y miramos a la cara a cualquiera para defenderlo. Hoy y siempre.
Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com