Vivimos tiempos convulsos con el asunto de Cataluña. La gente se ha envuelto en su bandera y han dejado de lado la razón. Cuando quedamos en manos de la emoción, del sentimiento, puede ser maravilloso o trágico, incluso las dos cosas a la vez, ya no hay espacio para el término medio.
Coincidiendo con el punto álgido del procés, el Barcelona visita el Metropolitano atendiendo a ese extraño donde la oportunidad que acompaña siempre al Atleti y, como últimamente ocurre en todo lo relacionado con el conjunto colchonero, se ha bipolarizado la opinión. De un lado los que abogan por inundar el estadio de banderas españolas y hacer del partido una reivindicación de la unidad de España, algo que en mayor o menor medida siempre se ha hecho con la visita de los equipos sitos en ‘zonas comflictivas’ para estos menesteres. Del otro, los que defienden que los únicos colores que han de mostrarse ese día son el rojo y el blanco y que apelan a no mezclar el fútbol con la política.
Como suele sucederme, me encuentro en medio, sin una opinión rotunda, en esa escala de tibieza a la que me lleva a menudo la ausencia de certezas que me acompaña siempre. Siempre digo que mi patria, mi bandera, es mi familia, mis amigos y el Atleti, pero también estoy en desacuerdo con aquellos que tratan de desvincular el fútbol de la política. El fútbol es un juego, pero también es política, casi todo en la vida es política. Cómo impedir que un grupo de gente que se junta en un determinado lugar por un determinado motivo aproveche también la ocasión para reivindicar algo que también les une.
El Atleti es el Atleti y España es España. Desde luego respeto a todos aquellos que, enfundados en la rojiblanca, alcen una bandera de España el sábado, aunque ya saben, mi bandera, mi patria, es la roja y blanca.
Foto: clubatleticodemadrid.com