El regreso del Vicente Calderón

No llovió, pero los rostros se empaparon de lágrimas de emoción. No tronó, pero el ambiente se convirtió en la tormenta perfecta. No fue la noche del 10 de mayo, pero el último aliento del Calderón revivió en el primero del Metropolitano. En medio de esa nostalgia por el paraíso perdido que invade habitualmente al hincha atlético, castizo y ortodoxo en su esencia, apareció la ‘Juve’. En un momento de máximas dudas, de esos en los que nadie da un duro por los tuyos (ni siquiera los nuestros), regresó el Atlético de Madrid.

Cada suspiro del Metropolitano retornaba a tiempos pasados. Esos que, casualmente, siempre se consideran mejores. Pero no. Era el más riguroso presente. Cambiaba el lugar, permanecían las caras. Esas que viajaron al ‘Infierno’ y que hicieron de él su hogar. Esas a las que nadie necesita decirles que no vengan si no creen, porque siempre creen. Nunca dejaron de hacerlo, ni siquiera cuando había más motivos para pecar. De pronto, aquellos que se increpaban por todo se abrazaban como si nada. Los que un día se silbaban cantaban al mismo compás. Así son las familias: tienen sus diferencias, tienen sus roces, pero no dudan en remar juntos cuando más hace falta.

Sobre el césped, no estaba Gabi. Tampoco Raúl García. Ni siquiera Fernando Torres. Pero era el mismo Atleti de siempre. El de las grandes noches europeas. El equipo de la vieja guardia, el de las porterías a cero, el del cuatrivote y el de Diego Costa. Sí, Diego Costa. Bendito Diego Costa. Ninguno apostaba por un retorno del ‘19’ al once. Ninguno, menos Simeone. En el arte de la guerra, no hay general más hábil que Diego Pablo. Solo él creyó que su soldado más bravo, diezmado y fuera de forma, podría competir al máximo en la madre de todas las batallas.

Costa no le defraudó. Porque a morir, los suyos mueren. Y el hispano-brasileño murió bregando como siempre, incordiando a la inexpugnable zaga bianconera y recuperando la potencia que lo hacía imparable. Faltó el gol, ese que tuvo en sus botas después de superar a Bonucci con una superioridad insultante. No llegó, pero dio igual. Erró la ocasión más clara y el Metropolitano se puso en pie para despedirlo. Puro Atlético de Madrid.

Para cuando el de Lagarto ya se había fundido en un caluroso abrazo con el ‘Cholo’, el Atleti había entrado en efervescencia. El calor que desprendía aquella noche de febrero tenía intimidado a la Juventus por completo. La Juventus, ni más ni menos. El gran favorito para conquistar esta Liga de Campeones se vio superado por las circunstancias. Algo no debía funcionar en la escuadra de Massimiliano Allegri cuando el técnico italiano sustituyó durante el partido a dos de sus mejores futbolistas: Miralem Pjanić y Paulo Dybala. Su defensa estaba resquebrajada. Su centro del campo apenas generaba ocasiones. Y Cristiano, el ‘Minotauro’ turinés, se vio atrapado entre tanto laberinto de piernas. Tan desquiciado acabó el portugués, que se dedicó más a hacer gala de su vanidad que de su talento. Aunque el maleducado, eso sí, fue Simeone. Con un par.

La celebración del ‘Cholo’ fue el culmen del nirvana colchonero. Ni el VAR (ese que no valoraba las jugadas interpretables y que anuló un gol a Morata… por una ‘falta’ interpretable) ni las ocasiones erradas pudieron frenar a un equipo irrepetible. Primero fue Giménez. Después, Godín. Golpes en el pecho, gritos de júbilo, abrazos de éxtasis. En un partido faraónico, memorable, era de justicia que los goles llevaran el sello charrúa. Debieron ser más, pudieron ser menos. Y sin embargo, poco importaba. Quedará una vuelta, tocará sufrir, pero el hincha del Atlético de Madrid ganó algo mucho más importante que una ida de octavos de la Champions. Lejos del Manzanares, el Vicente Calderón había vuelto. Aunque quizás nunca se fue. Solo había que despertarlo.

 

Foto: Rubén De la Fuente

Autor: David Gómez

Alcarreño. Adicto a la buena música y a la escritura. Estudiando y haciendo periodismo con un micrófono y un papel. Esclavo de una pasión llamada Atlético de Madrid.

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