El inicio de una era

Hemos ido al Calderón con nuestros padres desde que somos niños. Hemos bajado en el 17, el 25 o el 36 viendo como ardía la zona de la Bodeguita, hemos bajado desde Piramides o Marques de Vadillo, hemos hecho botellón en el parque del fondo norte y cantando donde El Parador, pero el sábado todo era diferente.

Aparcamos el coche y también había gitanos aparcando, como en la zona del campo del Goya, pero estos con peto reflectante, más profesionalizados, y al fondo se erigía imponente el Metropolitano. Impactaba solo verlo, era como llegar a un estadio nuevo el día de una Final, como cuando vimos tras el bosque el estadio del Hamburgo o tras esas largas avenidas el Nacional de Bucarest o San Siro. Lo primero era conocer los bares de la zona, en la rotando grande paramos en la taberna del Volapie, que tenía hasta vigilantes de seguridad… y luego vuelta de rigor de reconocimiento al estadio. Sin puestos de bufandas, con bares prefabricados y food tracks, todo muy propio del fútbol moderno, hasta la carpa del Frente tenía bacalao a todo trapo, nuevos tiempos.

La gente se apresuró en entrar, como para querer ser el primero en hacerse una foto desde dentro, nosotros entramos con el tiempo más justo, apurando las cervezas, como toda la vida, pero una vez dentro el estadio es espectacular, impresiona, impacta, desde los anfiteatros de los fondos el césped se ve lejísimos, pero se ve bien la otra portería, aunque incluso la propia portería está lejos.

Todo el mundo miraba constantemente a su alrededor y se hacían muchas fotos y selfies, pero de repente la grada se convirtió en un mar de banderas rojiblancas y todos cantamos el himno y yo empecé a llorar como un niño de 10 años, acordándome de mi padre que llevó al Calderón y ya no está y de mi madre, que ya no puede venir al campo, y lloré casi hasta el minuto 5 y a mi lado una niña como de unos 12 años me miraba todo el tiempo como diciendo “¿y a este que le pasa?” y le daba con el codo a su madre, pero yo no podía parar de llorar de la emoción, el Metropolitano emociona y la niña lo entendió y cuando marcó Griezmann la dí un beso en la frente.

El partido se veía diferente, el ambiente se sentía diferente, en el fondo norte apenas se oye al Frente ni siquiera cuando cantan todos, mientras que en el Calderón aunque canteasen 100 se les oía perfectamente. El estadio es precioso pero se pierde la comunión entre el fondo y el resto de la grada, esa que bien sabe activar Simeone cuando el resultaod está ajustado y quedan pocos minutos y que siempre acababa con un “Frente y afición, Atleti campeón”.

El sábado todo era nuevo, habrá que irse adaptando para coger apego. Recuerdo cuando en mi casa entró una cuidadora para mi madre, yo me sentía muy extraño con una persona nueva en casa, de hecho el primer mes, hacía todo lo posible por ir a casa solo a dormir, cosa que me valió para conocer a mi mujer, dicho sea de paso, e imagino que con el Metropolitano nos pasará lo mismo, las primeras semanas nos sentiremos raros, pero al final la acabaremos siendo como nuestra casa y el Frente llenará las alargadas curvas del graderío de cánticos.

Autor: Dario Leiva

Periodista. Colchonero de corazón. Si se cree, y se trabaja, se puede.

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