Crisis de fé

Soy zurdo, tengo los ojos verdes y soy del Atleti. No sé en qué momento ocurrió todo ello, ni sé si sería capaz de explicarles la razón. Tampoco me lo cuestiono. No siento la necesidad de hacerlo. Lloré el día que descubrí que no existen violines para zurdos y me fastidia horrores que el tono de mis ojos no me ayude a aliviar la blefaritis crónica pero sigo siendo zurdo y mis ojos siguen siendo del mismo color. En décadas de afición colchonera he cuestionado fichajes, figuras rutilantes, delanteros, entrenadores, secretarios técnicos, presidentes, aficionados, sistemas de juego, declaraciones, estadios, mascotas, himnos y camisetas pero en ningún momento, jamás, me he cuestionado al Atleti ni he dejado de ser colchonero. Uno puede disfrazarse, aparentar, actuar o fingir durante un tiempo limitado pero cuando por la mañana se acaba la música, se encienden las luces y, ya cuarteado, se nos cae el maquillaje, acaba siendo lo que es en realidad. Lo que siempre ha sido.

Hace unos años un buen amigo nos enviaba a los colchoneros de la cuadrilla la foto de su hijo con una camiseta del Atleti que llevaba días demandando. El padre no es muy futbolero (es decir, es del Madrid/Barça) ni sigue este pequeño circo, pero es buen tío, le resulta curiosa nuestra hermandad atlética y por alguna razón el niño se había hecho forofo y del Atleti. Los rojiblancos, con esa querencia natural que tenemos por las historias a contracorriente y por abrir el corazón a los hermanos de sangre, nos sentimos identificados con aquel muchacho. Nos vimos reflejados en ese reducto de orgullo que brotaba en mitad de un entorno hostil. Nos vimos a nosotros mismos y poseídos por ese espíritu de hermandad irracional, tan difícil de entender fuera de nuestras fronteras, nos quisimos creer el cuento. Inocentemente, estábamos olvidando un pequeño pero vital detalle: el Atleti acababa de ganar la Copa del Rey al Real Madrid, venía de ganar la Europa League y estaba a punto de ganarle la Liga al Barça.

Ayer, mi amigo me confesaba en voz baja que su vástago estaba inmerso en algo que eufemísticamente llamó crisis de fe. En realidad me estaba diciendo que su hijo se había hecho del Barça. Es que “lleva muy mal lo de perder”, me decía intentando justificar algo que para mí no tiene justificación. ¿Existe alguien que lleve bien lo de perder? ¿Cree que yo disfruto las derrotas? Pero de alguna forma estaba tratando de culpar al Atleti (o a mí, que es lo mismo) de perder un seguidor. De no estar a la altura que hay que estar para que los niños sean felices. ¿Quiere eso decir que los niños sólo pueden ser felices si ganan siempre? ¿Si consiguen siempre todo lo que quieren? ¿Quiere eso decir que lidiar con los contratiempos de la realidad no es una buena forma de educación? Lógicamente dejé mis reflexiones dentro de mi cabeza y contesté que no había ningún problema. Que aquel niño nunca había sido del Atleti. Debería haber dicho también que en el Vicente Calderón no nos gustan los niños (ni los mayores) que vienen disfrazados del Atlético de Madrid pero no lo hice.

En décadas de lateralidad inversa, gafas de sol y colchonerismo he llorado derrotas, enfermado de rabia y dejado de cenar muchas veces pero si tengo que hacer balance diría que fundamentalmente he sido feliz. Inmensamente feliz. Una felicidad que además es única y distinta (o eso me parece a mí). Es la felicidad del que escucha una canción tocada al piano por él mismo y que no podrá entender jamás el que no sabe tocar, por mucho pase del Teatro Real que tenga. Es la felicidad del que divisa el horizonte desde lo alto de una montaña que ha escalado con sus propias manos y que jamás podrá sentir el que sube en helicóptero. Es la felicidad del que se siente orgulloso de acabar el maratón y que jamás podrá entender el que desde casa, bañado en colesterol, si fija exclusivamente en el que ha entrado primero. Es la felicidad que no puede entender el imbécil que simplifica lo que no entiende y caricaturiza su ignorancia en conceptos mentirosos como: “sufridores”, “pupas” o memeces por el estilo. Es la felicidad del cretino que ni come ni deja comer.

A los aficionados del Atleti (y en general a la gente de bien, sean del equipo que sean) no se les conoce en una fiesta de celebración sino el lunes por la mañana. Llevando una camiseta rojiblanca después de una derrota. Aplaudiendo al equipo en Lisboa con el corazón destrozado. Derrochando coraje y corazón en esa esquina del mundo que nadie ve. Peleando como el mejor delante de cuatro cobardes que, hoy sí, te reprochan con sorna que tu equipo no ha ganado o que da patadas porque eso es lo que dice la tele.

En el Atleti no sobra nadie pero tampoco tenemos ninguna necesidad de cambiar para contentar a la mediocridad de nuevo cuño, ni de modificar una esencia que los mercados no entienden. No hay necesidad de llenar el estadio de grasa para parecernos al modelo de éxito que pregona Price Cooper Waterhouse. Las puertas están abiertas para entrar y para salir pero el que se quede que lo haga para sumar y para ser feliz. Para estar orgulloso de ser lo que somos, independientemente de lo que pase en el campo. Cenizos, histéricos, confundidos y triunfadores disfrazados de otra cosa piénsenlo bien antes de quedarse.

Sé que podría aprender a tocar el violín con la derecha, ponerme lentillas, acompañar a mis vecinos a la grada calentita y cubierta del Bernabéu o decir que todo lo que no sea jugar como el Barça es zafio y moralmente inferior pero, ¿saben qué? Que no tengo ninguna necesidad de mentir.

No lo necesito.

 

Foto: colchonero.com

Autor: Ennio Sotanaz

Humano, zurdo, confundido, bocazas, incrédulo, aturdido,...

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3 Comentarios

  1. Estoy muy de acuerdo con la definición realizada por Ennio, sobre lo que es ser atlético. Todo lo demás, es mentira. Este niño, nuncda fue del atlético.

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  2. Me identifico mucho, como casi siempre, con los sentimientos atléticos de Ennio. Lo curioso es que yo recuerdo ser niño y sufrir mucho con el Atleti pero no recuerdo ni la más mínima tentación de saltar del barco. Y eso que yo no soy zurdo, tengo el colesterol alto y me parecen que los que hacen maratón están locos…

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