Cuando vemos a Diego Costa sudando la gota gorda a las órdenes del Profe Ortega todos sonreímos complacidos, confiados de que el uruguayo pondrá sin duda a tono al hispano-brasileño para cuando llegue el momento en que Simeone pueda sumarlo a las convocatorias. Pero la sombra de Arda es alargada. El Barcelona sentó un mal precedente en lo que representa para un futbolista estar sin competir durante la primera parte de la competición.
Los casos son similares en la forma, aunque es fácil observar las diferencias al fondo: el carácter de Diego es incomparable al del turco, también su ambición y sobre todo, una cosa más importante: su compromiso. Mientras que Arda Turan buscó en Barcelona su retiro dorado, Diego desanda un camino agarrado a su ambición. Fue al Chelsea en busca de un mejor contrato que el Atlético no pudo (o no quiso) ofrecerle pero una vez allí, tras haberse demostrado a sí mismo que también en esa Liga podía ser diferencial, el mejor delantero, después de haber conquistado títulos, quiso regresar. Quiso hacerlo aun a costa del dinero. Necesitaba a su mentor, necesitaba a su equipo, a su entorno, su felicidad está aquí. Tal vez sea esa la principal diferencia a la que agarrarse para buscar el optimismo.
Simeone, en una entrevista reciente, trató de quitarles presión a los dos fichajes, diciendo que los imaginaba constándoles entrar, pero es una evidencia notable que el buen o mal devenir del Atleti por esta temporada dependerá en gran medida de la rapidez con la que Costa entre en el equipo pues los aspectos ofensivos sobreviven atascados a la espera de su referencia.
Costa no es Arda. Y su camino no será el mismo.