Tardé bastante en sentarme frente al televisor para ver un partido completo del Atlético de Madrid. Me gustaba el fútbol, de hecho lo practicaba cada vez que podía, pero no lo veía. Eso sí, agarraba la bufanda y me montaba en un bus cada vez que tenía oportunidad de ir al Vicente Calderón.
Lo habré contado infinidad de veces: no recuerdo mi primer partido en el estadio. No sé contra quién jugamos, el resultado ni los goleadores del día. Desconozco si aquel día jugamos bien o mal o la posición en la que íbamos en la tabla. Nada. De lo que si me acuerdo es de quedarme embobado mirando al fondo sur, repleto de banderas, y de como aquella zona se empezó a inundar de un color rojizo cuando, tras un gol, se empezaron a encender algunas bengalas. Quizá ese día me hice del Atlético de Madrid. Quizá, en aquella primera visita, entendí que los que van al estadio rara vez lo hacen para ver un partido. Tal vez, aquel día comprendí que quién tiene la oportunidad de estar presente tiene a la vez el deber de cuajar una buena actuación.
En más de una ocasión he vuelto a pasear el bocadillo de vuelta a casa y me lo he comido mientras veía el resumen del partido a las tantas de la noche. No pocas veces he tenido que ver en diferido el gol de la victoria porque este me ha pillado ondeando una bandera, agitando una bufanda o botando junto a mi compañero de al lado; y me da igual.
Vivimos tiempos en los que los recuerdos que sirven son los que quedan reflejados en algo físico. Los conciertos se llenan de móviles y la gente permanece callada para no estropear un video que compartirán con decenas de contactos y que a los dos días quedará desfasado. La grada se inunda de flashes cada vez que el jugador de moda se acerca al corner para colgar un balón al área, queriendo inmortalizar una posible ocasión de gol y olvidándose de ayudar a marcarlo.
El próximo jueves espero despertarme con la necesidad de ver el partido por televisión y la satisfacción de haber cumplido con mi deber. Deseo levantarme sin recordar la mitad de las jugadas, con la garganta quebrada y varios mensajes en el móvil dando la enhorabuena por el ambiente. Porque, amigos, aquí jugamos todos.
Foto: IMAGO
11 abril, 2022
Hay muchas formas de entender un partido del Atleti. Desde aquellos que acuden al Estadio dispuestos a analizar el juego en su asiento sin abrir la boca y sin inmutarse lo más mínimo, hasta aquellos que se quedan afónicos tras el partido, incluso algunos que, presa de los nervios, son incapaces de seguir viendo el partido y se retiran a los vomitorios.
Los hay que entienden el partido como un día de fiesta, de encuentros con amigos o con familiares, también los hay que van a liberar las tensiones de la semana metiendo un par de gritos al árbitro de turno y aquellos que sin ser del Atleti van a disfrutar simplemente de un espectáculo.
Hay casos de todo tipo que he podido ver en el Calderón a lo largo de los años.
Sin embargo, aquellos que con su manera de «entender» el fútbol llevan perjudicando al propio equipo desde hace años, no tienen cabida ni justificación.
En el próximo partido contra el City no jugarán todos, porque habrá 5000 asientos vacíos en el Metropolitano impuestos por la UEFA por lo acontecido en Manchester. No es algo nuevo, ya llueve sobre mojado demasiadas veces.