Ambiguo de Madrid

“Cada uno entiende el Atleti a su manera.” Últimamente, esa frase se repite constantemente. La primera vez que alguien me la soltó aún estábamos en el Vicente Calderón. Por aquel entonces, Diego Pablo Simeone había conseguido que la eventualidad de jugar Liga de Campeones, y por tanto que cada año se pagase un plus en el abono, se convirtiese en algo cotidiano para el aficionado rojiblanco. Eran tiempos en los que el traslado ya se veía demasiado cercano. Los cambios que se dieron en aquellos tiempos eran vendidos a los aficionados como una necesidad imperativa para poder crecer. Nadie se preguntó como un proyecto de mudanza que llevaba diseñado desde principios de los 2000 solo se había podido llevar a cabo entonces, al calor de los éxitos deportivos que proporcionaron bonanza económica. El crecimiento de un club de fútbol sostenido por la situación deportiva, ¡Que cosas!

El Atlético de Madrid estaba de moda. Muchos se habían fijado en la novedad de la discoteca y afirmaban estar completamente enamorados. Las gradas de un estadio con mayor capacidad se empezaron a llenar de caras nuevas que aportaban nuevos bríos, distintos a los que anteriormente se habían visto por el Manzanares. Parte de la hinchada con solera se dejó contagiar de algunas de esas actitudes que, por lo que decían, eran de “equipo grande.”

Surgió entonces una nueva forma de entender el Atlético de Madrid. Un luteranismo rojiblanco. Las anteriores normas y valores habían sufrido una reinterpretación mas acorde al momento que vivía el club. El sentimiento estaba bien, pero por encima de todo estaba el triunfo. Cualquier decisión era dada como válida si con ella se estaba un paso mas cerca de tocar metal. O de mirarse de tú a tú con el resto de clubes de moda.

Se pitaba a jugadores de la casa que habían hecho méritos suficientes para ganarse el estatus de leyenda, otorgado por los mismos que en ese momento silbaban. Se pedía la dimisión y se participaba en el escarnio público al entrenador mas laureado de la historia del Club. Se aplaudía la decisión de alinearse junto a los poderosos para crear un torneo exclusivo, y excluyente, como la Superliga. Valía todo. Incluso rogar a una leyenda del eterno rival que hiciese el favor de fichar por nuestro equipo. “Cada uno entiende el Atleti a su manera.”

Del Atlético de Madrid que conocimos queda muy poco. Las distintas formas de entenderlo, y la validez que se da a todas ellas, han acabado por eliminar cualquier atisbo sentimental, dejando al Club como un elemento vacío y sin alma.

“Cada uno entiende el Atleti a su manera.” Repiten en los aledaños del Metropolitano, y habrá quien lo respalde. Es más, habrá mas de uno que lea estas líneas y me tache de reparte carnets o extremista. Vale, lo asumo. Pero mañana no digan a nadie que no puede coserle el escudo del Real Madrid a una camiseta rojiblanca y decirse colchonero. Mañana no señalen a quién prefiera una camiseta sin rayas rojas. Mañana no juzguen si alguien de la grada se ofende porque usted empiece a saltar cuando se esté cantando “madridista el que no bote.”

Cuando algo es posible entenderlo de distintas formas se convierte en ambiguo, y en la ambigüedad nadie se siente representado.

Autor: Marcos Martín

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2 Comentarios

  1. Hola, estoy de acuerdo con el artículo y pondré otro ejemplo de lo mismo: el flamenco.

    Esta claro que hay que evolucionar, mezclarse, fusionar pero no perder la esencia.

    ¿Dónde se pone el límite? ¿Cuándo se evoluciona y mezcla tanto que deja de parecer flamenco o deja de parecer el atleti?

    Pues no lo sé. Saludos

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  2. Sin embargo, ni el Atleti ni su sentido de pertenencia son uno ni de uno.

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