Me gusta imaginar que los equipos contra los que el Atleti se mide saltan al campo sin saber el enemigo que tendrán enfrente. Fantaseo con que los entrenadores y directores deportivos de los contrarios ocultan a sus jugadores que ese fin de semana toca el equipo colchonero, no vayan a deprimirse de antemano. Ajenos al calendario, los integrantes de otras plantillas se dedican en los días previos a cosas de futbolistas: sus actos de presentación de botas carnavalescas, sus entrevistas con masaje, sus cambios de neumáticos en el deportivo. Lo normal, vamos. Los rivales del equipo rojiblanco preparan sobre la pizarra minuciosamente el partido, pero ignoran el nombre de quien ocupará la misma zona del campo que ese imán anónimo a la hora de la verdad. Sospecho que a lo largo de la semana, el afán de protección hacia los peloteros involucra a todos los estamentos. Prensa, familiares y hasta aficionados se conjuran para guardar el secreto y, si se ven obligados a tocar el tema del partido en ciernes delante de algún mediapunta, lo harán omitiendo la identidad del visitante o visitado, hablando del Atleti sin nombrarlo o haciéndolo en genérico, como si fuera un paracetamol recetado en el centro de salud.
La condición de visitante o visitado de la que les hablaba en el párrafo anterior cobra especial relevancia a la hora de mantener la farsa. Mucho más sencillo resulta cuando son los nuestros quienes viajan a otros lares. Los días transcurren más rápidamente para los incautos adversarios entre entrenamientos al trote y vermús con los compañeros. Por el contrario, la cosa se complica sustancialmente cuando el contrincante debe viajar a Madrid. En ese caso, al jugador, ya con la mosca detrás de la oreja, hay que hacerle creer que el desplazamiento tiene como objetivo visitar Getafe, Vallecas o incluso el estadio con pretensiones de parque temático de la megalomanía, plazas mucho menos estresantes, dónde va a parar.
Instantes antes de empezar los partidos, me fijo en las caras de los miembros de los conjuntos rivales y creo adivinar la desazón que produce haberse enterado en el túnel de vestuarios que la batalla se librará contra los nuestros. Soy capaz de detectar, incluso, temor en sus miradas mientras ejecutan el besamanos que precede a todo encuentro. Presiento la incomodidad que les invade al visualizar noventa minutos sin tregua, el desánimo que produce la perspectiva de lo que se les viene encima: la presión alta, la defensa inexpugnable y el ataque machacón y sostenido a los que el Atleti somete.
Finalizado el choque, escucho atentamente las declaraciones de los rivales que se acercan a algún micrófono intentando recuperar el resuello. Suelen coincidir, más allá del resultado, en su sudoroso diagnóstico: “Enfrentarse al Atleti es cosa seria”, “Este equipo lo pone muy difícil”, “Ya sabemos lo que es jugar contra ellos y la intensidad que ponen”. Conclusiones extraídas en mayor medida desde el respeto que desde otros frentes. Sinceras reflexiones a la salida del rectángulo sobre el que los de Simeone convierten los partidos en visitas al dentista para sus contrincantes. Los declarantes intentan ganar la ducha acalambrados y agradeciendo secretamente que alguien decidiera haberle ocultado fecha y hora de su cita con el conjunto rojiblanco. Hubieran dejado marchar la semana ahogados en miedos. La gente del fútbol otorga a nuestro equipo el innegable mérito que tiene. Hay otros que prefieren decir que juega mal. Una pena.
Foto: Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com