Yo les podría explicar con precisión, y tal vez un día lo haga, un día lejano, cuando ya haya marcado el último, lo que he sentido con cada uno de los goles que Fernando Torres ha hecho para el Atlético de Madrid. Desde aquel cabezazo de Albacete que mantenía la esperanza agarrada a un hilo y que a mí, frente al televisor, me cogía joven y despreocupado hasta el pasado sábado frente al Eibar, en la tribuna del Vicente Calderón, en un brazo aupando al hijo que no te ha visto, y con el otro apretando el puño para liberar la presión, el gafe, la cábala (por fin, gracias a Dios). Les podría explicar, y tal vez lo haga un día, cada uno de los sentimientos que me han recorrido con cada uno de sus goles, y no les estaría mintiendo, porque los recuerdo, separadamente, como si todos los hubiera marcado ayer.
Desde el primero de ellos, o desde antes, desde la semana anterior con aquel debut con el 35 a la espalda frente al Leganés, o tal vez antes incluso, desde aquel día en que en los aledaños del Calderón circuló fuerte el rumor de que aquel niño al que aún no habíamos visto había sido vendido por Gil al Valencia. Desde entonces, Fernando Torres ha sido simplemente Fernando, ha sido el niño, pero no con mayúsculas impostadas, sino con una minúscula tierna, Fernando ha sido nuestro niño y lo hemos defendido como si de verdad hubiera sido hijo nuestro, como lo que realmente es, alguien de nuestra familia al que le debemos tanto.
Porque hoy toca hablar de los goles pero tal vez sea eso lo menos importante de lo que Fernando nos ha dado. Aquel niño ingenuo vino a rescatarnos del infierno, pero no se dejen engañar por los carteles publicitarios porque la Segunda División no era más que una consecuencia directa del expolio emocional que sufríamos y que no podía tener otro destino que el fracaso. Fernando llegó a un Atlético demacrado, irreconocible, que había olvidado su historia a fuerza de golpearla. Llegó y nos salvó, aunque no nos diéramos cuenta, aunque todavía muchos no lo reconozcan. Él nos salvó. Y lo hizo, en una metáfora perfecta de vida, agarrado de la mano de otro de los nuestros: aquel sabio que tan bien representaba todos esos valores tan complejos, por contradictorios.
Al Atleti solo podía rescatarlo la emoción y la emoción lo salvó. La emoción de un viejo que dejó a un lado su gloria bien ganada, para revolcarse en el barro absurdo al que otros habían tirado a su equipo. Y la emoción de un niño que sonreía a la posibilidad cierta de que su sueño se estaba haciendo realidad. Ellos trajeron de vuelta los sentimientos y el reconocernos, supimos que cuando todo está perdido, no valen los números, sino el amor. En aquellos tiempos en los que llegó el primer gol, el niño nos trajo de vuelta, con sus goles, pero sobre todo con su forma de andar por la vida, la verdadera esencia del fútbol: por fin uno de los nuestros, por fin alguien que también lo esperó, por fin alguien que entiende esta sinrazón.
Foto: Ángel Gutiérrez – clubatléticodemadrid.com
8 febrero, 2016
Grande Fernando Torres. Yo soy de los que pienso que solo debe seguir en el Atleti por méritos propios, porque el Cholo lo quiera, lo necesite. Pero si se va, debe irse por la puerta grande, nada puede quedar feo con alguien que ha demostrado de corazón tanto amor al Atleti. Y que encima ha sido un futbolista sobresaliente y una persona matrícula de honor.
8 febrero, 2016
Esa es la realidad, los goles son lo de menos . Y sí, él no salvó en cierta forma.
8 febrero, 2016
100 goles, 0 titulos, que poca rentabilidad por gol
8 febrero, 2016
100 goles y 0 títulos, es verdad, pero ninguno valdría tanto como los millones de corazones rojiblancos que ha ganado.
Precioso el texto, muy bien expresado!
10 febrero, 2016
Torres es, fue y será siempre historia viva de este atlético. Nunca deberá irse o, si a caso, sólo cuando él quiera.
14 febrero, 2016
lo unico hermoso que nos ha pasado durante los años de plomo del gilismo, pre cholo