Se presumía un partido igualado y en esta ocasión el fútbol no sirvió la sorpresa en el fondo sino en la forma. Cualquiera hubiera dicho que el choque entre el Atleti y el Sevilla en el partido de ida de estos cuartos de final de la Copa del Rey hubiera acabado en empate, o con los locales ganando por la mínima, o con los visitantes haciendo lo propio. Durante todo el partido cotizó bajo el empate, al final pareció que ganaría el Atlético y terminó haciéndolo el Sevilla cuando ya nadie lo esperaba.
El equipo del Sánchez Pizjuán aparcó su crisis liguera y se plantó en el Metropolitano, tal vez por primera vez desde que está bajo el mando de Montella, como un equipo serio, ordenado, disponiendo un 4-4-2 que se movía como un afinado acordeón cada vez que el Atlético lo intentaba con esa incomodidad que siente cuando le toca llevar la iniciativa. Los sevillistas no se conformaron con defenderse bien, salían con vértigo y calidad cada vez y finalizaban, dejando a las claras que su misión en aquel lugar no era sólo contener. Moyá tuvo que emplearse varias veces, especialmente en un mano a mano con Correa que aguantó como si el Mono, portador del legado de la vieja escuela argentina, le hubiese explicado con precisión como se ha de esperar a un delantero que encara. El Atleti encontraba siempre la liberación a su angustia con el balón buscando a Costa, que caía con frecuencia a la izquierda. Eso le daba una salida al Atlético y un respiro a los centrales del Sevilla que sacudían el sudor de la frene con el dorso de sus manos cada vez que el brasileño caía a los costados. El árbitro descontó un gol de Diego Costa por una falta imaginaria de Griezmann en la salida de Sergio Rico, el brasileño tuvo que cambiar su camiseta en la siguiente jugada por un agarrón de Mercado en el que Jaime Latre tampoco tuvo la vista medida y el pequeño príncipe francés del Atleti, muy gris toda la noche, pudo abrir el marcador antes de llegar al descanso con un disparo desde la frontal.
En la segunda mitad aflojó el ímpetu de los equipos por buscar el gol. El partido se volvió más aburrido, menos de ida y vuelta y se empezó a disputar en esa franja del campo donde nunca pasa nada. El Atlético lo intentaba por la derecha, con la explosividad de Correa, que había salido para sustituir a un desconectado Vitolo, y todo se encaminaba hacia el final con visos de empate cuando en el setenta y tres Diego Costa agarró un rechace con la zurda dentro del área y cruzó para batir a Rico. Después del gol, el Sevilla bajó los brazos y a punto estuvo de dejarse ir la eliminatoria si Correa no hubiese estrellado un balón contra la red en un contrataque claro en el que el disparo tal vez no fue la mejor opción.
Era el minuto ochenta y todo parecía visto para sentencia hasta que Navas, que acababa de salir sustituyendo al Mudo Vázquez, lanzó su centro marca registrada desde la derecha y el balón, que tropezó en la salida en la bota de Lucas y con la inestimable ayuda de Moyá, terminó en la red. Aquel infortunio noqueó al Atleti, que no sabía que todavía iba a ser peor. Un pelotazo arriba, un abismo entre líneas y la inteligencia y la calidad de un jugador como Correa, el del Sevilla, que se interna en el área y hace el gol de la victoria con un toque sutil y doloroso que dejó al Metropolitano más frío que la noche.
Es la Copa, los partidos son más largos de lo que parecen, y a éste todavía le faltan noventa largos y apasionantes minutos que se disputarán en el Pizjuán. El Atleti necesitará algo más que la capacidad para no rendirse para poder escalar la montaña que supondrá remontar dos goles en un territorio tan hostil como el sevillano. En seis días, la solución.
Foto: clubatleticodemadrid.com