Parece como si el Atleti lo necesitara a veces, sufrir por sufrir, sufrir sin necesidad, sufrir cuando tienes todo a favor para no hacerlo. Como si eso, ese sufrimiento, angustia, zozobra, llámenlo como quieran, despertara los más viejos instintos, los de reconocimiento, de identidad. Como si ese sufrimiento no permitiera engañarnos, creernos lo que no somos, olvidar de donde venimos. Esa sensación recorre a todos, desde los jugadores a la grada, que se reconocen, y se hacen uno, y, cuando sale bien, eso son cimientos para grandes obras. Pero el alambre es muy fino, no se puede caminar permanentemente por él, hacerlo es elevar el riesgo y a veces, como parecía ser el caso la noche anterior con el Cádiz, no había necesidad.
El Atleti arrancó con todo a favor, minuto tres, un portero despistado, un Joao avispado y en racha que corta su pase, lo encara y gol. Uno a cero frente al Cádiz, que pelea a duras penas la permanencia, tu estadio, tu gente, todo servido para dibujar una noche a placer. Pero no fue así claro. El equipo parecía no haber salido del campo, el Cádiz, con todas sus limitaciones, agarró la pelota que le entregó obscenamente el Atleti y poco a poco, toque a toque, fue ganando confianza hasta parecer cada vez un equipo más poderoso. Los de Simeone se conformaban en la ausencia de peligro rival. Los de Sergio veían que no había tanta distancia, ni en el marcador, ni ante el rival. Y así sucedió lo del Betis, último minuto de partido, un centro lateral mal defendido y Negredo, un viejo guerrero, cabeceando a gol. A vestuarios con un empate y la sensación del enésimo primer tiempo tirado por el desagüe. Antes, el VAR corrigió un nuevo despropósito arbitral, González Fuertes había expulsado con roja directa a Reinildo en una jugada en la que fue fuerte a un balón dividido, el campo mojado y el jugadore del Cádiz exageraron la acción y el colegiado cayó. Después de verla repetida la convirtió en amarilla.
En la segunda mitad, Simeone cambió el dibujo completo con un cambio. Lodi por Koke, que había estado tan gris como el equipo. Desplazó a Llorente al medio, trajo a Carrasco al costado derecho y al lateral brasileño a la parte izquierda del ataque. El equipo fue mejorando, pero no tanto como exigían las circunstancias. Lo que todos hubieran esperado, teniendo en cuenta el rival, la situación hubiera sido un asedio, un ataque permanente sobre la portería cadista, pero nada más lejos de la realidad. El Atleti comenzó a tener más la pelota, a pisar campo rival, pero el equipo andaluz estaba bien plantado, no dejaba mucho espacio para la fiesta. Simeone movió el banco de nuevo para poner a Suárez y Correa. Salió Griezmann, que hizo un partido nefasto, y también Carrasco. De nuevo de vuelta Llorente al lateral y ahí vino el gol. En una de sus fulgurantes subidas, centró atrás y Suárez, a quien la jugada cogió de espaldas, puso de cara a Correa que chutó poniendo en dificultades al arquero, que rechazó como pudo. De Paul estuvo al quite para conseguir su primer gol en Liga.
Después, lo habitual en los últimos tiempos, el paso atrás, la incapacidad de lanzar un contragolpe que finiquite el partido, la respiración contenida en cada centro lateral, Simeone enajenado en la grada, gritando y gritando y tratando de levantar a la gente de sus asientos. Una nueva expulsión absurda, la del chaval Javi Serrano por una entrada a un balón dividido, la agonía de los minutos finales, la grada en trance, animando como si aquello fuera la final de la Champions, los cinco minutos de alargue que terminaron siendo casi siete y el final, los puntos, la felicidad y la esperanza de que tanto sufrimiento no debe ser en vano, para algo ha de valer.
Foto: atleticodemadrid.com