Era el derbi de la necesidad, el derbi de la urgencia. El Real Madrid se desangra en la Liga bajo la sombra de un Barcelona implacable y el Atleti anda buscando la oportunidad de reencontrarse. Al final quedó en el derbi de la nada, no fue la gran noche que necesitaba el Atlético, no fue el partido que podía darle vida al Madrid. No hubo goles y el fútbol es tan bello que a veces ni siquiera éstos son necesarios para engrandecerlo. Pero ésta no fue una de esas. El primer derbi del Metropolitano será un partido difícil de recordar.
Con todo, el Atleti pudo haber ganado por dos veces, lo pudo haber hecho al inicio, con una pelota que le cayó a Correa tras un rebote y lo dejó mano a mano con Casilla. Con el portero vencido el argentino la mandó incomprensiblemente fuera. Y pudo ganarlo al final, cuando en una cabalgada de Torres, que en estos momentos bajos calza las botas del orgullo y la dignidad, sirvió un pase extraordinario para que Gameiro, una vez más, desperdiciase la ocasión de ganar cuando ya se acercaba el final.
Entre una ocasión y la otra hubo un partido que fue uno de esos derbis típicos, con el juego embarullado, con interrupciones, un árbitro fallón, unos equipos asediados por sus propios problemas enfrascados en guerras menores que dejaban pasar el tiempo mientras ellos iban limando uno de los primeros objetivos de estos derbis de máxima rivalidad: no perder. El problema es cuando eso no es suficiente.
No le bastaba con no perder al Madrid, que se dejaba la vida en su primera visita al Metropolitano y que no encontró soluciones para franquear el entramado defensivo de Simeone, que había dispuesto un equipo con cinco en el medio: Thomas y Gabi en el doble pivote, por delante una línea de tres con Saúl, Koke y Correa, arriba, Griezmann perdido en su melancolía. El Atleti recuperó su tono, fue un equipo solidario, intenso, que acudía en tropel a las ayudas, que trataba de ahogar los espacios al rival. Fue el equipo de siempre cuando la pelota estaba en su campo con un pequeño matiz respecto a lo que todos añoraban, venía a hacer lo mismo veinte metros más atrás. El resultado, solidez, y una aridez ofensiva digna de preocupación. La distancia a la portería rival es tan grande que a veces pareciera que los de Simeone hubieran renunciado a esa faceta del juego. Desde tan atrás, al equipo no le da para combinar, para llegar tocando, ni siquiera para tratar de montar un contragolpe. Griezmann va hundiéndose en su soledad conforme avanzan los minutos hasta el punto de que a veces, uno no sabe si de verdad está jugando el partido, su desconexión del juego empieza a ser endémica.
El Atlético no pudo generar peligro pero tuvo la suficiencia de antaño para contener a un Madrid plano, con pocos recursos, con una delantera roma. Un equipo que se agarraba a la calidad de Isco en la banda con Marcelo, a los que Juanfran se empleó bien detener. Pasaron los minutos y pasó la vida. En el setenta y cinco, Simeone sentó a Griezmann y desató una tempestad de ira contra el ídolo caído. La primera gran pitada de su gente, un hecho que hay que remontarse tiempo atrás para recordar en este Atleti de los tiempos de vino y rosas.
Ninguno pudo. Quedó un empate sin goles que deja a ambos equipos a diez puntos del Barça, virtualmente fuera de la Liga. Un empate que al Atleti puede servirle como punto de partida para tratar de arrancar de nuevo. No perder nunca puede ser una mala señal, aunque a veces duela. Con la portería a cero, Simeone puede recomponer piezas, crecer. Por ahí, este partido le servirá.
Foto: clubatleticodemadrid.com