Decir que fue una noche mágica es un tópico que se aleja mucho de lo que verdaderamente fue, pero a veces no es posible definir las cosas sino a través de los lugares comunes que todos reconocemos y la magia, el efecto de lo que parece imposible y sin embargo sucede, podría explicar lo que sucedió en el Metropolitano. Llegaba el Inter con un uno a cero a favor por los octavos de Final de la Champions, un equipo soberbio, que no perdía desde el mes de septiembre, que contaba con trece triunfos en trece partidos en el año dos mil veinticuatro. Pero llegó a un terreno desconocido, inédito para ellos, al Metropolitano, donde la magia, las cosas que parecen destinadas a ser imposibles, se vuelven de repente probables. Llegó y sucumbió ante esa otra parte de Madrid que no tiene tanta prensa ni tanto glamour, ni tanta vitrina falsa, pero que cuenta con una pasión imposible de entender, una pasión capaz de hacer brotar la todo lo que nadie puede imaginar.
Volvió Griezmann al once y Simeone dispuso un once sin sorpresas. También el partido fue por el curso que se esperaba, un Inter férreo, esperando, dejando al Atleti hacer, intentando salir a la contra y matar el partido definitivamente. El Inter rebajó en los primeros minutos toda la euforia de la previa, el Atleti había sido recibido en un infierno de bengalas rojas, el Metropolitano conformaba la voz de las grandes noches, ese rugido ronco y continuado donde resuena tanto el viejo Calderón. Una contra por la izquierda casi termina en gol, una contra por la derecha acabó con el cero a uno obra de Di Marco a pase de Barella. Por un momento pareció Bilbao, tienes el control, muestras que puedes, pero en el primer tiro a puerta te matan. Pero había una diferencia, la gente, que decidió que no había que rendirse, y mientras el Inter celebraba se abrazó y cantó, y le dijo a los que llevaban la pelota que no estaba permitido bajar los brazos.
Casi a la siguiente jugada, en el treinta y cinco, Griezmann aprovechó un despiste de la zaga del Inter para poner el empate, y arrancar por completo la espita de la locura en el estadio. Ahí se vio que el Atleti podría llegar al puerto imposible que parecía remontar el partido y la eliminatoria al Inter, se vislumbró por primera vez, y hubo un arreón en el que los italianos abrazaron el descanso como quien se abraza a la última vida. Las piernas les habían temblado por primera vez.
En la segunda mitad, los de Inzhagui dieron un paso adelante, comenzaron a controlar el partido, parecían hundir al Atleti, alternar los papeles, Simeone conversaba con Vivas en la banda sabedor de que había que cambiar cosas, de que el partido se acercaba a un punto de inflexión determinante. Entraron Correa y Riquelme primero y casi seguido, Memphis con Barrios después. Dejaron su sitio Lino, que había estado muy incisivo mientras le aguantó el aliento, de Paul, que dejó todo, como Llorente y Nahuel, tal vez el más desacertado del equipo. Los cambios dieron un nuevo brío al Atleti, que volvió a inclinar el partido hacia la portería de Sommer. El Inter comenzaba a mirar el reloj casi indisimuladamente y los de casa, en una comunión difícil de explicar con una grada totalmente fuera de sí, haciendo temblar los cimientos de un estadio que empieza a sentir los impulsos del sentimiento rojiblanco. Faltaba un gol, que no llegaba pero parecía que podía llegar, porque Riquelme encaraba, Correa se giraba una y otra vez, Memphis, eléctrico, parecía venir con el gol en las botas. Pero no solo se jugaba ya en las inmediaciones del portero suizo del Inter, porque Lautaro sacaba a su equipo en contras vertiginosas y ahí conviene reseñar el impresionante partido de los tres centrales del Atleti, Witsel, Savic, Hermoso, jugando tan lejos de Oblak, a campo abierto, y sosteniendo con garra el empuje de su equipo arriba.
En el ochenta y seis, cuando el Inter ya suspiraba por el final, Koke filtró uno de sus pases de juventud a Memphis, que esta vez sí, batió al cancerbero interista e hizo explotar el estadio. Se abrazaban con las caras fueras de sí, grandes con chicos, padres con hijos, extraños con desconocidos, en un precioso mural de locura y pasión, el Atleti le había dado la vuelta a lo que estaba marcado, y todavía tuvo un arreón final en el tiempo de alargue, una jugada magistral por la derecha que terminó con un pase que dejaba a Riquelme para rematar de interior dentro del área, el mismo gesto que el cuarto gol al Madrid en la copa, por un segundo la eliminatoria estuvo ahí, pero un bote extraño mandó la pelota arriba. El Cholo cayó exhausto, como la ilusión de toda una grada, que tuvo que prepararse para aguantar treinta minutos de añadido.
En la prórroga el Atleti estaba bien, le habían sentado bien los cambios, Correa seguía intentándolo una y otra vez, Riquelme, impreciso en los metros finales, era incisivo, no paraba de intentarlo, hasta Azpilicueta, que entró para sustituir a Llorente, buscó la línea de fondo, pero el Inter se defendía con oficio, pasada la euforia final, llegó el tiempo de contener, todos parecieron estar de acuerdo en ir a jugarse el pase en los lanzamientos de penalti.
Simeone no quiso mirar, fue su manera de intentar hacer cábala para romper la tendencia de las últimas tandas. El Atleti perdió – o quién sabe si ganó y eligió así – los dos sorteos. Los penaltis se tiraron en la portería del fondo Norte, donde se alojaba arriba la afición interista, y comenzó tirando primero el Inter. Marcó Calhanoglu y marcó Depay en un lanzamiento durísimo que tocó el larguero y puso en pausa muchos corazones. Atajó Oblak a Alexis Sánchez el segundo, pero la alegría duró poco porque Saúl, que había salido en la prórroga para suplir a un exhausto Griezmann, erró también su tiro. Era la noche de Oblak, que detuvo de nuevo, en una parada antológica, la pena máxima que tiró Klaassen. Marcaron luego Riquelme, Acerbi, Correa, y cuando Lautaro se acercaba a los nueve metros para lanzar el último, la grada ya era un manicomio con las puertas abiertas. El argentino la tiró arriba y la felicidad recorrió a cada una de las almas que viven la vida en rojiblanco. El Atleti, de nuevo, está entre los ocho mejores equipos del mundo.
14 marzo, 2024
Emociona leer esta crónica. Yo no creía en esta ocasión, lo reconozco, pero este extraordinario Club, capaz de las cosas más dispares, es verdaderamente único.
Felicidades a todos y enhorabuena a Oblak por su formidable actuación.