Martirio y gloria

Llegados a este punto, el Atlético de Madrid no juega partidos de fútbol, escribe guiones de terror. Sus partidos son una invitación al desconcierto, una secuencia de actos que altera cualquier orden lógico, que elimina cualquier atisbo de normalidad. Es como si alguien omnipotente, desde algún lugar, estuviese jugando en este final de Liga a exagerar el relato hasta hacerlo casi inverosímil, porque los últimos pasos del Atleti en el campeonato subvierten todas las leyes con las que ordenamos nuestra vida. Bien mirado, son una lección, un espejo en el que mirarnos y ver que nada es como lo imaginamos, ni como nos gustaría, ni siquiera como parece ser, y ahí radica el misterio y la grandeza del sentimiento rojiblanco. El Atleti te mata, el Atleti te da la vida.

El once de Simeone fue el mismo que viene funcionando en las últimas semanas y de la misma manera, salió al campo arrasando a su rival, Osasuna, que resistía los envites pertrechado atrás, con una doble línea, tratando de ahogar los espacios para hacer incómodo el partido a los locales, y que el tiempo fuese haciendo su trabajo callado de zapa y presión. En otro momento, estos partidos se le atragantaban al Atleti como a los niños un estofado de verduras, pero no ahora, que tiene la determinación de ser campeón. Era como si Carrasco saltase por encima de ese embudo que planteaba el Osasuna, como si Correa trazase túneles bajo el suelo para aparecer detrás de toda la línea y una y otra vez dejaba a alguien frente a Herrera que, cómo no, fue la figura del partido.

El rosario de ocasiones fue casi incontable, fallaron todos, paró el portero como tal vez no haya parado nunca, pararon los palos. Luis Suárez, el experimentado goleador, no encontraba la manera y erraba una vez, y otra, y otra, cada ocasión, más clara que la anterior. Llego a fallar una pelota controlada en el borde del área pequeña, con el portero vencido y el defensa desesperado, Luis ajustó y la estrelló en la madera. La hinchada fuera se libraba de ese padecimiento, ya saben que estaban allí no para ver el fútbol sino para sentirlo, para alimentar un amor inmarcesible. Algún día habrá también que narrar esa épica como se merece.

Llegó el descanso ante la incredulidad de todos y en la segunda mitad todo siguió más o menos igual, las ocasiones siguieron cayendo y entraron los goles, que el VAR descontó con justicia por fuera de juego. Ya no quedaba nada ni nadie por detener el bendito tesoro del gol del Atleti. Simeone había movido el banquillo, había sacado a un Llorente que estaba inusualmente exhausto. Marcó el Madrid en San Mamés para arrebatar virtualmente el liderato y entonces sucedió el punto de giro que nadie esperaba. En el setenta y cinco, Osasuna superó la divisoria, pocas veces lo había hecho en todo el partido, llegó a tres cuartos de campo, un territorio desconocido, colgó una pelota al segundo palo y por allí apareció Budimir, solo para poner un testarazo que Oblak atajó dentro de la portería. El Atleti perdía el partido, perdía la Liga, lo perdía todo al más puro estilo rojiblanco, sin merecerlo, con descarnada crueldad.

No sé si alguien bajó los brazos en ese momento, si alguien dijo ya está, se acabó, así tenía que ser, si alguien apagó el televisor, salió a la calle, quiso perderse en mitad de la nada. Seguro que alguien hubo. Seguro que alguien lo hizo por cábala o alguien lo hizo por convicción, porque realmente pensara que todo había terminado. Este último no conoce todavía lo que es el Atlético de Madrid. Los de fuera siguieron creyendo, y gritando, y saltando, tratando con su locura de hacer llegar a ese estadio vacío una hebra de esperanza, un hilo al que agarrarse. El equipo no se hundió, todos se miraron, sacaron de centro y fueron a dejar cuanto todavía les quedaba para todos aquellos que filtraban el aliento por las rendijas de ese campo deshabitado, para todos aquellos que no apagaron el televisor, para los que no salieron a la calle, sino que apretaron los puños, se abrazaron, se arrodillaron, cruzaron los dedos, le rezaron a todos los dioses que en el mundo son.

Y entonces, ese ser omnipotente que juega a los guiones de terror encaminó el partido hacia el clímax de todos los clímax. Primero Lodi, en el ochenta y dos, acercaba todo aquello que parecía ya lejano y después Luisito, Luisito Suárez, el delantero que había fallado todo que se podía fallar hasta que llegó el momento definitivo e hizo el gol de todos los goles, gritó el gol más emotivo de su vida, el que, después de tantos éxitos, y tantas loas, tenía reservado para toda la alegría de esta gente. Era el minuto ochenta y ocho y en los cinco de añadido aquello era un funeral interrumpido, un manicomio inaugurado. Pasó todo, llegó el final, y el martirio fue gloria. Llegó el llanto. Ya sólo resta un sufrimiento más.

Foto: atleticodemadrid.com

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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5 Comentarios

    • Ben, excelente ese articulo. Gracias por el hilo.
      Yo es que no soy muy de Marca.
      Gracias.

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  1. Mientras el Atleti sufre lo indecible para ganar su partido, el otro aspirante se pasea y gana con un gol en fuera de juego, o ¿es que solo lo he visto yo?.

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    • Che, como el fuera de juego es demasiado claro, juegan con la palabra influencia. Como si no bastara con que el balón va directamente a Benzema y que este intenta jugarla, intentan justificar la posición con una palabra, que al no tocar el balón no hay influencia.
      Y si, si hay influencia. Y lo explico.
      Mexico 70. Tostao desde la izquierda mete un pase en profundidad a Pelé que viene desde la derecha a buscar esa pelota al centro del congo del área grande, donde sale Mazurkiewicz, Pelé le cruza por la derecha del portero y sin tocar el balón deja sentado al portero. Pena que el remate posterior de Pelé no fuera gol.
      Esa jugada demuestra que para distraer al portero no es necesario tocar la pelota.
      Luego también, cabe preguntar, que que portero que ve que viene un centro desde el lateral a un jugador desmarcado en su área pequeña, no se fija en esa posición como inminente peligro.
      Luego los que dicen que no hay influencia, o no han jugado de portero u opinan con la camiseta puesta.
      El sábado, si hay que sufrir, se sufre.

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      • Efectivamente, a nosotros nos han pitado fueras de juego que habían acabado en gol porque un jugador que no intervenía en la jugada para nada y estaba mas quieto que un poste para no intervenir «le interceptaba la vista al portero»

        En fin…

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