Valencia es una de esas plazas difíciles que marcan con precisión hacia dónde va un equipo. El Atlético, después de un gran esfuerzo intersemanal ante el Bayern, como Julio César, llegó, vio y venció. Además también convenció. No dejó una sola duda, ni un pero. En la jornada siete apenas puede quedar ya un solo agnóstico en el camino.
Simeone volvió a dar la titularidad a Correa en la punta de ataque y a Lucas –soberbio- relevando al lesionado Godín en la defensa. Los tres canteranos en el medio, con Gabi dirigiendo las operaciones y Koke cada vez más pegado a él sintiéndose cómodo con ese testigo que tarde o temprano tendrá que recoger. Apenas duraron diez minutos las intenciones del Valencia, que salió a presionar arriba al Atlético tratando de hacerle daño con un fútbol directo. Diez minutos. Desde ahí, los de Simeone cogieron el mando del partido y fueron madurándolo a su ritmo. Ora con un Correa muy activo por derecha, ora con Filipe por izquierda, la velocidad de Gameiro al espacio siempre desordenando al rival y Griezmann, que había bajado veinte metros para situarse en la creación del juego y dar otra clase magistral. El Valencia se empleaba atrás como un equipo sólido y tan sólo esa intensidad lo salvaba del gol, que pudo llegar en varios centros al área que no acabaron con un remate franco, pero sobre todo con un zurdazo de Griezmann desde la frontal que hizo volar al que acabaría convirtiéndose en el héroe sin gloria del partido: Diego Alves.
Al borde del descanso Nani derribó a Correa dentro del área y el árbitro señaló penalti. Griezmann agarró el balón dispuesto a espantar fantasmas pero era un mal día para eso. Enfrente estaba un portero legendario deteniendo lanzamientos desde los nueve metros y a pesar de que el francés chutó fuerte, alto y a un lado, el brasileño sacó una mano prodigiosa que mantenía el empate hasta el descanso y que sumía a la estrella del Atlético en una fugaz depresión.
En la segunda mitad, quien acusó el desgaste no fue el Atlético sino el Valencia, y los de Simeone fueron definitivamente a por el partido. A falta de media hora, el técnico argentino dio entrada a Yannick por Saúl y acto seguido, a Torres por Correa, con lo que dejaba una fulgurante línea de cuatro arriba que, en la primera jugada juntos, consiguió descerrajar el partido. Desbordó Carrasco que filtró un pase en profundidad a Torres, el nueve del Atlético remató de zurda y forzó la estirada de Alves que dejó un rebote franco al que llegaba pasado de frenada Gameiro. Balón de cara para Griezmann y el francés, con toda la portería para él, decidió disipar fantasmas propios y ajenos: trallazo, uno a cero, y lo más difícil parecía estar hecho.
Tras el gol, el Atlético siguió buscando resolver el partido pero le faltó pegada. La entrada de Carrasco y Torres fue determinante. Lo hicieron todo bien. El belga desbordaba y dejaba cadáveres al borde de cada regate cada vez que enfilaba una diagonal interior, y lo hacía todo el tiempo. Torres, que vive una segunda juventud, pareció el de siempre, con una velocidad renovada, caía a banda, arrancaba contragolpes, habilitaba, descargaba juego. Griezmann tuvo el segundo, y también Fernando en un cabezazo, y Gameiro, que tiene cierta propensión a disparar al muñeco.
Hubo otro penalti, esta vez sobre Griezmann y no estaba el partido para probaturas, así que el capitán asumió galones y cogió la pelota dispuesto a resolver el partido desde el punto fatídico. Pero Alves quería mostrar al mundo su inusitada capacidad para detener penas máximas y, ayudado por el mal disparo de Gabi, que perdió así su condición infalible desde los nueve metros, dejó el partido todavía en zozobra. El Atlético mandaba tanto, perdonaba tanto, que todos temieron que la inexorable ley del fútbol que dicta que quien perdona paga, cayera sobre ellos. Simeone quiso reforzar el medio con la entrada de Tiago, que estuvo bastante desacertado y el Valencia intentó aprovechar la fortuna de haber llegado al final sólo con un exiguo gol de diferencia. Pero no pudo, apenas un cabezazo de Mangala en un balón colgado por Bakkali inquietó a Oblak. Con el tiempo cumplido, en una contra en la que demostró todas sus virtudes, Gameiro recorrió todo el campo dejando rivales atrás con su velocidad y anotó el gol que finiquitaba el partido.
El Atlético salió líder de Mestalla pero más allá de la anecdótica clasificación a estas alturas, el Atlético salió de Valencia mostrando la imagen de un equipo campeón, un equipo que juega bien al fútbol, un equipo que defiende como ninguno, que maneja diferentes registros con soltura, que tiene jugadores determinantes, que tiene un banquillo tremendo. Un equipo que lo tiene todo para aspirar a todo.
Foto: clubatleticodemadrid.com