En el segundo cuarenta y tres el Atleti ya había tirado a puerta por medio de Morata y había fallado un penalti cometido sobre Joao Félix que Trippier, el nuevo lanzador, erró entre el portero y el palo. Fue un momento crítico, porque la trayectoria del equipo y la extraña maldición que lo separa del gol invitaban a caer en la melancolía, al menos durante el tiempo suficiente para que la duda y la incertidumbre se hicieran cargo de la situación. Pero no fue así, esta vez todo transcurrió como si esa desgracia no hubiera sucedido.
Al borde del primer cuarto de hora, el VAR corrigió al colegiado y le reconvino a cobrar un penalti por manos en el interior del área tras centro de Trippier. Joao asumió la responsabilidad y batió a Kochenkov con un disparo medido a la base del palo que sirvió para espantar fantasmas y abrir el dique del fútbol total. El Atleti hizo una primera parte primorosa, en la que atacó sin descanso, sometió al Lokomotiv en su campo, lo redujo al concepto de un equipo vulgar. El VAR anuló un gol por un milimétrico fuera de juego a Morata y provocó la celebración interruptus del fútbol moderno, pero el Atleti no dejó de insistir. Con prácticamente diez hombres metidos en el terreno ruso, robaba rápido y atacaba con espíritu desesperado. Thomas, imperial en el medio, rompía líneas una y otra vez, los laterales eran extremos puros, Koke resguardaba y canalizaba el juego, Saúl hacía lo propio. Morata no cejaba en su empeño y aparecía aquí y allí; menos activo estuvo Correa, aunque aportó su vértigo característico y cuando la pelota caía en Joao se producía el silencio de la expectación; la magia del menino portugués se derramaba en cada control, avanzando siempre para adelante, combinando. En una arrancada poderosa que lo llevó hasta el área, tumbó a dos defensas con una finta inverosímil y ajustó la pelota al palo del portero, pero la sublimación que hubiera sido el gol se fue disolvió por poco. Tan solo la extraña maldición, aún presente, impidió un resultado escandaloso.
La segunda mitad fue un calco de la primera: el Atleti siguió jugando como si no fuese ganando, como si necesitara imperiosamente otro gol para vencer. Llegó en balón parado, en un córner sacado en corto por Trippier que Koke sirvió al área para que Felipe, en un remate excepcional, consiguiese su primer gol como rojiblanco. Con la tranquilidad que propiciaba el resultado, la clasificación en la mano, el Atleti aflojó el ritmo, el modo, pero no dejó a un lado el propósito, que era seguir atacando. Entraron Herrera y Lemar y los de Simeone siguieron jugando en campo contrario, con fluidez, con velocidad en el pase, buscando los espacios en las bandas, intentándolo con centros laterales, pero también por dentro. Un despliegue de fútbol que se estrelló de nuevo con la bisoñez en el remate y con la lacerante falta de gol. En términos de probabilidad el resultado debió ser más abultado.
El Metropolitano también respondió en un partido donde se necesitaba la unión de todos, pues era mucho lo que estaba en juego. Parece como si estuviese demostrado que este equipo y esta grada no encajan en la tranquilidad, no sirva para vivir en esas urbanizaciones de ricos donde nada sucede, donde todo está bajo control, y donde tanta pasividad empieza a derivar en comportamientos extraños. Ayer, en el primer partido de la temporada con el agua al cuello, donde estaba realmente en juego todo, grada y equipo volvieron a ser uno y a demostrarse mutuamente que por ese camino el futuro puede ser apasionante.