La épica frustrada (1-1)

El Atlético perseguía una épica imposible, un sueño lejano, necesitaba desplazar de una final al equipo del mejor jugador de todos los tiempos, hacerlo en su estadio, hacerlo con el marcador muy en contra. El Atlético buscaba una hazaña inabarcable, una gesta inédita, someter al mejor, en su terreno, sin estrecheces en el resultado. Todo invitaba a que el asunto se disolvería rápido en la cruda realidad pero el equipo de Simeone, una vez más, se acercó de esa manera tan emotiva a ese lugar donde se traspasa lo inverosímil. Se acercó tanto que sólo dos imponderables, reconocibles, esperados, lo apartaron de la Historia: una falta de gol hiriente y un árbitro acomodado al poderoso. Dos signos cotidianos que dejaron al orgullo sin premio, al Atlético sin final y la épica frustrada.

Simeone advirtió que no quería aventuras pero se embarcó desde el inicio en una mayúscula. Salió con una solidez inusitada e impropia del escenario. Se hizo dueño del balón y del control del juego y durante treinta minutos exactos hizo algo meritorio y asombroso: sometió al Barcelona, lo desposeyó del balón, lo hizo correr siempre hacia atrás, en campo propio y con orden, terminó desarmándolo en su propia guarida.

En el minuto uno Torres hizo el primer tiro que terminó en un rebote que acabó en córner. Después, la ocasión más clara la tuvo Carrasco en una internada por la izquierda que en la que tras hacer lo más difícil, galopada y dribbling, terminó fusilando contra el cuerpo de Cilessen la mejor ocasión de la primera mitad. El Atlético se anticipaba, adelantaba líneas con Koke y Saúl siempre oscilando en el medio centro como un péndulo perfecto, alejándose de la horizontalidad, adelantando la presión alternativamente, ora tu, ora yo, tocando la corneta que mandaba al equipo a empujar por el costado izquierdo con un Gaitán participativo y un Filipe atrevido. Fueron treinta minutos de irrealidad donde el Atlético parecía el Barcelona y el Barcelona no sabía cómo sacudirse aquel estado incómodo que barruntaba iba a complicarle el paso a la final.

Al acercarse el descanso el Atlético aflojó. No consiguió el gol que buscaba con ahínco y necesitaba con desesperación y aflojó. El Barcelona se agarró a la pausa de Arda Turán, a la brega incansable de su ariete uruguayo y cómo no, al talento inagotable de Messi que agarró un balón en tres cuartos e inició un eslalon mágico que terminó con un mal despeje de Moyá y un gol a placer de Luis Suárez.

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Correa revolucionó el ataque. Foto: clubatleticodemadrid.com

El gol no alteraba el guion del Atlético, que seguía estando a la misma distancia de la final. Así, en la segunda mitad, salió con el mismo espíritu y Simeone apostó rápido todas las fichas que le quedaban en la recámara. Entró Correa por Gaitán, Lucas por Godín, que cayó lesionado y Gameiro por Torres, buscando refresco en la velocidad última del ataque. El partido entonces se volvió loco. Una locura en la que los colchoneros se manejaron con orgullo y casta para acercarse a una final que ya no parecía imposible. El árbitro, Gil Manzano, expulsó por fin a Sergi Roberto, después de haberle perdonado la segunda amarilla al final de la primera mitad y contra diez, el Atlético pensó que de verdad iba a lograrlo.

En una combinación eléctrica con Carrasco, Griezmann hizo el primer gol del Atlético pero colegiado lo anuló por un fuera de juego inexistente. Un offside que no era ni siquiera dudoso. Era el empate del partido, con veinte minutos por delante y el rival con un jugador menos. Pero ya se sabe que cuando el viento azota en el temporal, el marinero viejo espera la marea. Justo después, en una mezcla de accidente y error infantil, Carrasco vio su segunda amarilla y el partido se equilibró en número de nuevo. El Barcelona, que en ese mismo momento daba entrada a Busquets y a Iniesta, respirara pensando que ya había pasado lo peor, pero justo ahí, Gil Manzano cobró un penalti sobre Gameiro que fue tan claro como absurdo. Faltaban diez minutos y el Atlético tenía por delante una esperanza. Gameiro mandó el balón al mismo lugar donde los aficionados han colocado su confianza en él: lejos de todo alcance. De nuevo otro penalti al limbo, otro fallo desesperante y la fe en el delantero socavando túneles en la arena.

El Camp Nou se recuperaba del temblor y, cuando ya todo estaba dispuesto para la rendición rojiblanca, llegó la enésima rebeldía. Griezmann en el interior del área recibía el tiralíneas de Koke y servía en bandeja para que Gameiro solo tuviese que empujarla. Por fin el gol. Faltaban siete minutos más el añadido y el Atlético seguía creyendo. La luz de la final aparecía tímida al fondo.

Los últimos minutos fueron apasionantes. El Barcelona embotellado en su área. El Atlético atacando sin respiro con Juanfran y Filipe de extremos, con Correa eléctrico. Con un uy tras otro uy por uno y otro costado. Luis Suárez ganándose la segunda amarilla por un codazo a Koke. Cinco minutos de añadido. Un tiro de Filipe desde la frontal, un centro tiro de Correa a los pies de Umtiti, un centro envenenado de Koke, la sensación de que vendría la prórroga y de repente, una falta a Messi cuando faltaba minuto y medio de partido. Una falta en la que se para el juego y cuando se reanuda, con todo el tiempo gastado, el colegiado no da lugar a la duda. Final. Ya se había llegado demasiado lejos.

El Atlético peleó con orgullo el pase a una final que mereció, pero el fútbol no es merecer, ni jugar bonito, es algo tan simple como hacer más goles que el rival. Ahí el Atlético perdió, le falló el gol, le falló el árbitro, contra el que tuvo que pelear en todo momento y se quedó con ese sabor amargo que te coloca en el lugar en que no mereces estar. Remó hasta la orilla y murió. Lo acarició pero no tendrá su final del Calderón. La épica resultó frustrada pero sobre noches así, donde otros acumulan llantos, el Atlético cimenta futuros. En esa forma de perder tal vez haya nacido también una forma de ganar.

 

Foto: clubatleticodemadrid.com

 

Autor: José Luis Pineda

Colchonero. Finitista. Torrista. Nanaísta. Lector. Escribidor a ratos. Vivo en rojiblanco.

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1 Comentario

  1. Nosotros, creer creemos, pero la maldita escoria arbitral, se encarga de hacer el trabajo planificado con premeditación clara.

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