En una reciente entrevista al diario Récord Simeone explicaba que lo único que exigía a los jugadores era no perder el ‘amateurismo’, la ambición, la pasión por el juego, por su verdadero significado, algo que inevitablemente va difuminándose entre los millones que deja el negocio. Tal vez ahí esté una de las claves del éxito del entrenador argentino. Tampoco es caso de banalizar porque un éxito como el suyo implica una ecuación compleja pero él apuntó ahí una variable que se me antoja imprescindible.
Puedo imaginar a Simeone anoche, tras la cortina, viendo a ese centenar de aficionados que fueron a cantarle su pasión a las puertas del hotel. Puedo imaginarlo emocionado, llamando uno por uno a los chicos, diciéndoles que observen a esa gente, porque son una pequeña muestra de lo que esta noche va a poblar la cancha y puedo imaginar a los jugadores, millonarios todos, olvidados de su propia realidad, observando a aquellos locos cantar, tarareando ellos también la nueva canción. Puedo imaginar a los muchachos de regreso a las habitaciones sin poder quitarse esa imagen de la cabeza. A los capitanes despertando hoy, en la mañana, y recordando a los demás lo que vieron. Esto es el Atleti, a esto pertenecemos, esto es lo que somos.
Puedo imaginar cómo va a temblar esta noche el Calderón y cómo esos once tipos van a saltar al campo y mientras el ruido no les deja oír van a sentir la prolongación de la magia que empezaron a vivir anoche. Van a saber que pertenecer, ser parte de todo eso, es algo que ni todo el dinero del mundo podrá pagar y en cada carrera estarán alentados por una fuerza invisible. No habrá lugar para que ningún esfuerzo se esconda. La magia lo impregnará todo y después, el fútbol repartirá justicias o injusticias con la arbitrariedad que hace que lo amemos de esa forma irracional.
Puedo imaginarlo todo, pero nada será comparable a vivirlo. El Calderón promete pasión para engrandecer la noche de Madrid.
