Diario de viaje de una madre atlética por el mundo

Organizar el viaje a Madrid para ver a tu equipo jugar no es siempre tarea fácil.

Primero, hay que contar con que la familia sea lo suficientemente generosa para aceptar que, de todas las madres maravillosas del mundo que le hubiera podido caer, a ésta le ha tocado una futbolera y que ejerce de ello. Después de unos cuantos años, creo que la primera parte ya está asimilada y tengo la suerte de que me despiden con un beso y deseándome que ganemos. (Claro que cualquiera me aguanta si perdemos).

Segundo, llega la planificación. Hay que pensar quién pasea y cuida del perro cuando no estoy, qué quieren comer durante los dos o tres días de ausencia, que tengan dinero suficiente por si hay una emergencia y que no les falten en el armario los vaqueros recién lavados que son los únicos que quieren ponerse últimamente.

Tercero, hay que pasar a la acción: hojas de instrucciones en el imán de la nevera y fotocopia a cada uno de ellos con lo que tiene que hacer, ir al supermercado y cargar con las provisiones para tres días sin que falte su bebida favorita, ese bizcocho que tanto les gusta para desayunar o esas bolsas de kikos que devoran al volver del colegio. Y encerrarse en la cocina: macarrones para el martes, carne empanada para el miércoles, lentejas para el jueves. Así, si no se mueren de hambre, mi conciencia queda más tranquila.

Bueno, llega el tiempo para mí. Maleta en la que no puede faltar la camiseta de la suerte, la que me pongo por encima si falla la anterior, el colgante budista, la bandera con la que ganamos la copa y algún que otro elemento que parece que, cuando lo toqué, hizo al equipo reaccionar tal día o tal otro.

Y ya, viajar, confiar en que no te retrasen el vuelo o lo cancelen. Tres horas de avión. Llegar a Madrid, la alegría de la previa, el reencuentro con tantas personas que, a fuerza de hablar por las redes sociales o de compartir horas de angustia y de alegría, han pasado a convertirse en amigas, el brindis con Raquel, otra vez las despedidas y los “hasta pronto», pasar los tornos, abrir el bolso, comprar la almohadilla, abrazar a tus vecinos de asiento, mirar el césped, ver la grada roja y blanca, sentir la emoción cuando saltan los jugadores al campo, disfrutar y dar gracias porque tuve la inmensa suerte de nacer de este equipo que me permite vivir estos momentos de pasión.

PD. No quiero ir a La Peineta porque no me queda claro si el desembolso económico que supone esa operación exigirá reducir la calidad de la plantilla. Pero, después de lo que os he explicado, no me digáis que el estadio está lejos y que os da pereza ir.

 

 Ángel Gutiérrez – clubatleticodemadrid.com

 

Autor: Carmen Calvo

Periodista y filóloga. Nunca pregunté a mi padre por qué soy del Atleti. Llevo 20 años On Tour: Hong Kong, Ginebra, Singapur, Copenhague.

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